Domingo, 11 de diciembre de 2005 | Hoy
Peter Jackson parece haber iniciado una enorme mudanza con sus últimas cuatro películas: la trilogía de El señor de los anillos y King Kong. Y lo que parece estar tratando de reubicar de manera definitiva es buena parte de Hollywood.
El neocelandés hizo su trilogía basada en la obra de Tolkien con dinero de Hollywood, pero la filmó en su país. Y cuando firmó con Universal el contrato para hacer King Kong (20 millones de dólares para él y sus coguionistas, más un 20 por ciento de las ganancias), anunció que también filmaría en Nueva Zelanda, aunque buena parte de la remake transcurriera en Nueva York (la Nueva York de 1933). Todos los escenarios fueron recreados en el estudio que Jackson se viene construyendo en el pueblo de Miramar desde 1993, y luego completados digitalmente por WETA, su propia empresa de efectos visuales, la misma que estuvo a cargo de los efectos de la saga los Anillos. (Además de la ciudad que nunca duerme, también debían considerar los exteriores, esas escenas de la Isla Calavera en la que aparecen el gorila y otros animales gigantescos. Eso se filmó en una península sobre el mar de Tasmania, en Australia.)
Los medios neocelandeses se refieren a Jackson como el principal inversionista privado del país. No sólo emplea a cientos de personas en su estudio sino que, además, se estima que los escenarios naturales en que se filmó la trilogía del Anillo incrementaron el turismo en Nueva Zelanda en un 14 por ciento.
Mientras el resto de los directores extranjeros que triunfa internacionalmente con producciones de sus propios países sale corriendo a Los Angeles ante la primera oferta para continuar su carrera en Hollywood, Jackson asegura: “Sigo filmando acá porque ésta es mi casa. No hay otro secreto. Para dirigir películas, uno ya no necesita estar en ningún lugar en particular. Gracias a la tecnología, este negocio se está convirtiendo en una industria global, y ya no tiene sentido que Hollywood ostente el monopolio. Este es el país en el que nací, crecí e hice mis películas de bajo presupuesto. No sería lógico que, llegada la hora de las cosas grandes, me marchase a otro sitio”. De hecho, desde que inició el proyecto de Miramar hace doce años –con tan sólo un antiguo galpón y una computadora para generar los efectos visuales que nadie proveía en su país–, lleva invertidos en él casi 70 millones de dólares. “Estamos construyendo lo necesario para hacer películas aquí. Ha costado, pero ya está. No necesito mucho más.” El estudio se llama Jacksonville y provee servicios a otros estudios, incluso los más grandes, como la Disney o Fox (a los que además atraen las ventajosas políticas fiscales del país oceánico). Allí se hicieron, por ejemplo, algunos de los planos digitales de películas como Yo, robot y Van Helsing. Jacksonville es un estudio integral que ofrece todo lo necesario para completar una superproducción. “Después de 10 años sin parar de hacer cine acá, les toca a otros que vengan a usarlo”, dice Jackson.
Jackson empezó haciendo películas caseras de bajísimo presupuesto, como Mal gusto y Meet the Feebles, y ahora se lo señala como uno de los personajes más poderosos de la industria; probablemente uno de los magnates del futuro inmediato. Por lo pronto, ya es una leyenda en su propio país, un héroe pródigo en gestos y acciones que indican que nadie lo moverá de allí. Muchos de los extras neocelandeses de la trilogía del Anillo jamás olvidarán que, que para el estreno mundial de El retorno del rey, fue él quien decidió mandar a reconstruir la sala Embassy, un cine de 1924, en el que se estrenó su ópera prima. Y Hollywood tendrá que ver cómose las ingenia para retener la corona ahora que por fin alguien le ha presentado una competencia a su medida.
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