Miguel Cané increpó a los coleccionistas argentinos de guardar en su casa “cuadros de primer orden que estarían cumpliendo su función patriótica en las paredes del Museo Nacional”. Y agregó: “Si fue la vanidad la que lo lanzó al honesto burgués a los gastos artísticos, éste encontraría mayor satisfacción en ver su cuadro bajo el epígrafe ‘Donado por’ que teniéndolo colgado en las paredes de una sala que raras veces ilumina”. Sus reclamos fueron atendidos. La mayoría de las colecciones privadas tuvo su punto de encuentro en el Museo Nacional de Bellas Artes, eternizando en la memoria colectiva los apellidos de los primeros dueños del arte.
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