Dom 20.08.2006
radar

¿Necesitamos ver esto?

El promedio de las críticas norteamericanas a United 93 es casi perfecto. Fueron contadas en las que asomaron reparos, y ésta es la única lapidaria. Vale la pena leer sus vitriólicos argumentos.

› Por Matt Zoller Seitz

La frase no oficial del 11 de septiembre fue “Nunca olvidaremos” pero esta película, dedicada a todos los que murieron, está irónicamente diseñada para borrar todo excepto los cien minutos más intensos del 11 de septiembre. Por eso, no parece sorprendente que la película anterior de Greengrass, La Supremacía Bourne, fuera un film de acción sobre un asesino amnésico entrenado por el gobierno. Esta nueva película es una especie diferente de agente amnésico. Es propaganda producida por y para el maleable centro de la psique norteamericana, un lugar donde las tendencias políticas son de juguete.

El tono de la película, que va de sombrío a desesperante, nunca sale de la banda emocional de un servicio funerario. No hay un solo paso en falso creativo, sino que todo combina para formar una salvaje experiencia de montaña rusa de la psique.

El triunfo del film es totalmente visceral, y también lo es su campaña promocional. En una proyección de prensa reciente redujo a las lágrimas a los críticos más duros. Algunos de ellos se fueron directo a sus oficinas a escribir exaltadas reseñas, y no puedo culparlos.

Escribir sobre la película justo después de verla debe ser para un crítico el equivalente de escribir el informe de un accidente tras ser arrancado de entre la chatarra. No se puede decir otra cosa más que: “Eso fue intenso” y “Estoy feliz de que haya terminado”, las mismas cosas que uno diría después de salir mareado de la atracción del parque temático más infernal de todos los tiempos.

Por supuesto, es intensa. Retuerce el corazón en un puño, despierta las memorias sensoriales del 11 de septiembre y las especulaciones sombrías sobre los últimos momentos del vuelo 93 mientras te manda a casa sin un rasguño.

Cualquiera que niegue su poder está mintiendo. Pero cualquiera que justifique ese poder sobre bases estéticas está perpetrando una mentira aún mayor.

United 93 es pasmosa precisamente porque es tan terriblemente neutral y no asume ningún riesgo político, y tan discretamente circunscripta a su línea temporal (cerca de dos horas de tiempo real). Es la película del Oscar como instrumento brutal, tan limpiamente diseñado como un martillo. Su fuerza emocional es un golpe al cráneo que temporariamente hace olvidar cualquier opinión en tiempo presente que se pueda tener sobre el estado político y moral de Estados Unidos y el mundo después del 11 de septiembre.

Greengrass es un ex documentalista de la BBC cuyas realizaciones dramáticas son escenificaciones preparadas como eventos en vivo, y cubiertas desde todos los ángulos posibles. Pero mientras las otras realizaciones de ficción de Greengrass –Domingo Sangriento y La Supremacía Bourne– se arraigaban en las técnicas del documental, ésta última resulta marinada. Con su nerviosa cámara en mano, sonido sucio, edición envolvente, diálogo funcional y actuaciones naturalistas (con algunos participantes “reales” recreando los peores momentos de sus vidas), United 93 es un documental con actores, una recreación como película snuff. Imaginen que la violación en Acusados o la masacre en la granja de Capote se estiraran hasta lograr el tiempo de un largometraje y después se fundiera a negro y entraran los títulos.

En la previa al lanzamiento nacional de la película, dos preguntas aparecían en todo tipo de artículos periodísticos: “¿Es demasiado temprano para una película como ésta?” y “¿Necesitamos ver esto?”. Las respuestas son, respectivamente, no y claro que no.

Su poder para inducir el olvido –para neutralizar el pensamiento crítico y amplificar la emoción– la convierte en un matrimonio a punta de pistola de película prestigiosa con baratija de explotación, un casamiento cuyo hijo es propaganda inadvertida. United 93 es un acto de recordación que en última instancia logra el efecto opuesto: “Olviden todo el malestar de estos últimos cinco años”, le dice la película a la audiencia. “Siéntense y experimenten el terror, la confusión y el desesperado heroísmo del vuelo 93. ¿Qué? ¿Ya se olvidaron de Bin Laden?”

En contraste con otras narrativas heroicas del 11 de septiembre –que se ocupan casi exclusivamente sobre el rescate, no el combate, y están llenas de tristeza, no importa cuál sea el resultado– la historia del vuelo 93 tiene una cualidad básica que uno no espera de cualquier película, sino de un film de Hollywood comercialmente viable: una línea claramente definida de acción que hace clímax cuando se vence al mal. Vista a través de los ojos amargos de un productor de Hollywood, hicieron lo que tiene que hacerse en una película taquillera sobre un ataque a Estados Unidos: se unieron y pelearon con el enemigo.

No es extraño que la industria del entretenimiento esté tan ansiosa de recrear —bueno, lo diré finalmente, de explotar— esta historia. Cuando se le quita al film la pátina de empatía humanista, uno se queda con dos horas de un descendiente moderno de las primeras películas comerciales que llevaron a la gente a los nickelodeons hace un siglo. No es un drama, sino un espectáculo con gusto a drama. No hay personajes en el sentido usual, sólo ansiosas piezas de ajedrez cuyos movimientos en la pantalla borran cinco años de discusión nacional y nos devuelven a un espacio mental de luche o vuele.

Sucede que ésta es la única especie de película sobre el 9/11 que se puede hacer dentro del sistema de Hollywood sin recurrir a la metáfora (como hizo Spielberg en La guerra de los mundos y Munich). Oliver Stone, que fue efectivamente puesto en una lista negra por hacer películas explícitamente políticas después del fracaso comercial de Nixon en 1996, se medirá este año con World Trade Center, una película que, como United 93, es descripta como 100 por ciento libre de política. (Una película de Stone sin agitación y denuncia es como una película de Fred Astaire sin baile; ¿cuál es la gracia?)

Ya hemos visto alternativas a esta aproximación, la mayoría de las cuales han tomado la forma de películas de género o dramas de TV (Spartan de David Mamet, El regreso de los muertos vivos, la remake de Zack Snyder y las series de TV “24”, “Sleeper Cell” y “Battlestar Galactica”), y fueron recibidas con más hostilidad que United 93. Todas ellas atacaron, muchas veces sin sutileza, los asuntos que debemos debatir desde los ataques: la eficacia de la tortura, la logística de relaciones públicas de vender una guerra potencialmente no popular y la necesidad de mejorar el código moral propio para luchar contra un adversario implacable.

United 93 representa el futuro de las llamadas películas relevantes a nivel de los estudios de Hollywood. Pero a pesar de toda su solemnidad, a pesar de su cuidadoso inventario de qué le pasó a quién, cuándo y a qué altitud, es una película sin riesgos, no tanto un drama como un paseo, no demasiado diferente a una montaña rusa en sensurround.

Esta fusión de recuerdo de asesinato de masas y experiencia de realidad virtual marca a United 93 como un nauseabundo punto de inflexión en el cine norteamericano post 9/11. Después de los ataques, muchos analistas observaron que el 9/11 fue, de una manera horrenda pero palpable, “como una película”, con razón. Como muchos ataques terroristas modernos, fue un ejemplo de asesinato de masas como performance artística homicida televisada, diseñada no sólo para matar un gran número de personas, sino para crear imágenes espectaculares que pueden ser repetidas ad infinitum –el elemento massmediático de una bomba sucia, con todo su efecto residual psíquico permanente–.

Puede haber cierto valor terapéutico de corto plazo en United 93, pero sigue siendo más recreación que arte, y cualquier elogio que se le brinde debe enfrentarse con este descubrimiento: casi 5 años después de los ataques, Hollywood finalmente asumió el desafío de representar ese día aciago que fue “como una película” haciéndolo una película. ¡El 9/11 Show!

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