Domingo, 29 de octubre de 2006 | Hoy
Por Vinicius de Moraes
Renata Schussheim pertenece al mundo encantado de los pájaros, de los duendes y las galaxias infinitas. Y también al mundo mágico de los poetas locos, el de William Blake, Eduard Lear y Lewis Carroll. Y también al mundo erótico y antropofágico de Wilheim Reich.
Funámbula de dos abismos, el ascendente y el descendente, su personalidad tripartita (porque hay que considerar la posición de equilibrio en el filo de la navaja) se arroja al mismo tiempo en largas y lacerantes zambullidas en el infinito en que se proyecta con la gracia y leveza verticales de un ave de Brancusi: y en caídas lentas en los vértices del mundo, donde Reina pirata de imponderables bergantines, clava las agujas de su miedo en la carne de los amantes en huisclos, queriéndose y malhiriéndose desde dentro de sus cárceles comunicantes, por lo tanto incomunicables.
Renata es una mujer que vive y hace arte en alta frecuencia, consciente de la tragedia en que fue envuelta sin su consentimiento, pero al mismo tiempo esparciendo estrellas a lo largo del camino que eligió hacia la belleza total.
Perdida en la embriaguez de sus contrarios, el clima a su alrededor es el de la neurosis consentida: neurosis de lo bello y de la poesía en que se mueve y crea y clima de lírica nostalgia de un tiempo en que todo era magia y sensibilidad.
Fetiche de sí misma, Renata Schussheim es una viuda negra enredándose cada vez más en las telarañas con que también envuelve sus comparsas y personajes a quienes, por fatalidad de su condición, ama y devora hasta la última partícula de sustancia. Un ser terrible de belleza, amor y dulce ferocidad.
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