› Por Andrea Ferrari
Es probable que muchos de los principales interesados en Harry Potter no lean nada de lo que se escribe en estas páginas. Ni en éstas ni en otras. Seguramente en este momento están encerrados con Deathly Hallows entre las manos, quizás a punto de saber al fin si el Profesor Snape era un cretino o uno de los buenos, y no quieren que nadie les arruine la felicidad de descubrirlo por su cuenta.
La idea de un montón de gente joven enfrascada al mismo tiempo en distintas partes del mundo en un libro de seiscientas páginas debería hacer saltar de alegría a quienes siempre se quejan amargamente de la falta de lectura entre chicos y adolescentes. Y sin embargo, no termina de ser del todo así.
Es que el éxito, al parecer, vuelve las cosas sumamente sospechosas. A los autores de libros infantiles suelen pedirnos (a menudo los docentes en las escuelas) una opinión sobre el fenómeno Harry Potter. Resulta obvio en muchos casos que los que preguntan esperan una respuesta crítica. También resulta obvio que se sienten desencantados si no la encuentran.
Por supuesto, a esta altura nadie es tan necio como para poner en duda que la serie de J. K. Rowling tuvo el benéfico efecto de estimular la lectura y abrir el camino a otros libros. Pero muchos piensan que ése es el único punto a favor de lo que consideran un producto menor cuyo éxito reside en una gran campaña de marketing. Si fuera tan fácil, los editores se estarían restregando las manos y miles de libros producidos al calor de este fenómeno habrían logrado reproducir la magia. Pero no: ni un chispazo.
Parte de la dificultad para explicar qué hizo que la saga fuera tan exitosa quizás esté en el mismo éxito: el fenómeno comercial desatado es tan colosal que es difícil hacer a un lado esos números llenos de ceros y concentrarse en los libros. Pero ahora que la serie llegó a su fin y está toda ahí, sobre la mesa, se puede especular sobre algunas de esas razones.
Para empezar, una estructura ambiciosa. Rowling no hizo un libro largo dividido en varias partes (como Tolkien en El señor de los anillos). Tampoco hizo una serie de libros que pueden leerse en forma independiente (como C. S. Lewis con Narnia). La saga Potter está formada por siete libros con historias que abren y cierran en cada volumen, pero al mismo tiempo integran una compleja historia mayor. A lo largo de esos libros la autora fue soltando hilos que retomó después, subtramas que fueron creciendo, cabos sueltos que recién ahora terminan de cerrarse. Un esquema que requiere lectores fieles y atentos y no fans de ocasión.
Como protagonista eligió a un clásico héroe joven e inmaduro, a la manera de Arturo o de Frodo, que debe aceptar un destino ineludible y hacerle frente al Mal. Quizás parte del encanto de los libros radique en la combinación de ese relato épico con la historia de iniciación de protagonistas adolescentes que han ido perdiendo la ingenuidad y poniéndose más oscuros a medida que probaron lo que les ofrecía el camino a la adultez.
Un eficaz manejo del suspenso mantuvo la intriga en cada uno de los volúmenes, pero también entre uno y otro, generando esas preguntas que torturaron a los lectores (¿Quién es R. A. B.? ¿Dónde están los restantes horcruxes? ¿Cuál es el secreto de Petunia Dursley? Y, sobre todo, ¿¿de qué lado está Severus Snape??).
Es cierto, sí, que el estilo pudo haber sido más pulido. También que varios de los libros hubieran ganado siendo menos extensos. Pero todo eso parece ahora poco relevante. Ahora es el momento del final. Después de atravesar muchas batallas, Rowling hizo llegar a Harry a este definitivo enfrentamiento con Lord Voldemort golpeado y maduro.
Los lectores llegan al mismo lugar tras pasar sus propias pruebas: diez años, siete volúmenes, miles de páginas, tramas y subtramas, la pérdida de algunos de los personajes más queribles y una cantidad de nombres que marea. No abandonaron, lo cual es bastante. Y ahora están ahí, sentados al borde de la silla para el combate final entre el bien y el mal.
Muchos de ellos son adolescentes que crecieron a la par de Harry. Ahora quieren conocer el final y al mismo tiempo no quieren, porque saben que cuando cierren este último volumen se habrá acabado la magia.
Y, claro, vendrán otros libros. Pero el hechizo no es fácil de repetir.
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