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Domingo, 9 de marzo de 2008

Las desapariciones

Todo el mundo se acordaba de 1937, cuando casi a diario se citaban nombres de personas arrestadas la noche antes. La gente se telefoneaba para contarse las novedades: “Hoy por la noche se ha puesto enfermo el marido de Anna Andréyevna...”. Le venía a la mente cómo hablaban por teléfono los vecinos sobre los que habían sido arrestados: “Se fue y no se sabe cuándo regresará”. Volvían a aflorar los relatos sobre las circunstancias de los arrestos: “Llegaron a su casa en el momento en que estaba bañando al niño; lo apresaron en el trabajo, en el teatro, en plena noche...”. Recordaban: “El registro duró cuarenta y ocho horas, lo pusieron todo patas arriba, incluso rompieron el suelo... Apenas han revisado nada; han hojeado los libros sólo para salvar las apariencias...”.

Rememoraban a decenas de familias desaparecidas que nunca habían vuelto: el académico Vavílov, Vize, el poeta Osip Mandelstam, el escritor Bábel, Boris Pilniak, Meyerhold, los bacteriólogos Kórshunov y Zlatogórov, el profesor Pletniov, el doctor Levin...

Pero el hecho de que los arrestados fueran eminentes y conocidos carecía de importancia. La cuestión era que célebres o anónimas, modestas e insignificantes, aquellas personas eran inocentes, y realizaban su trabajo honestamente.

¿Es que todo aquello iba a comenzar de nuevo? ¿Era posible que después de la guerra a uno le tuviera que dar un vuelco el corazón cada vez que oía pasos en la noche, ante cada toque de claxon?

Vida y destino, pág. 581.

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