Silvina Ocampo: ¿Por qué famosa? Había siete personas: Gombrowicz, Borges, Bioy Casares, Mastronardi, Bianco, Manuel Peyrou y yo. Todavía vivíamos en la calle Alvear. Antes de la cena, escuchamos tangos. Se me cayó una fuente de las manos al llevarla de la cocina al comedor. Sólo Gombrowicz oyó el ruido. Vino a ver lo que había pasado. Cuando me vio con la cabeza entre las manos, me dijo: “No llore”. Creía que estaba llorando. Me propuso que lo recogiese todo y lo sirviese como si nada. Y todo el mundo se sirvió. Había pedido a Witold que guardase el secreto, y en el curso de la comida me lanzaba ojeadas cuando mis amigos decían que la comida estaba muy buena.
–Witold comía mucho, le gustaba comer, ¡y se comía sus cigarrillos! Yo tenía miedo de que se le quemara la mano, pero no se quemó.
–Witold disimulaba su timidez a base de brusquedad. Decía unas breves frases en francés, como si estuviera enojado. Era a causa de su orgullo, sin duda.
–Era difícil hablar con Borges; no le gustaba discutir en grupo. Como Gombrowicz, prefería hablar en privado. Nunca llegaron a hacerlo.
–El libro no nos gustó. Lo descubrimos más tarde.
–Mastronardi defendió el libro, lo presentó en Sur, pero no nos gustó.
–Mastronardi y Gombrowicz eran noctámbulos. Salían mucho de noche y paseaban. Entraban a los cafés, discutían. Mastronardi estaba fascinado con Gombrowicz, hablaba continuamente de él, lo imitaba, fumaba como él. La originalidad de Gombrowicz lo atraía mucho, aunque él mismo era muy original, e incluso excéntrico. Por ejemplo, Mastronardi nunca llegaba a cenar con puntualidad. La comida se pasaba o se quemaba. Terminamos por enterarnos de que daba vueltas a la manzana para llegar tarde a propósito. Tenía sus fobias. Por ejemplo, raras veces se metía al mar, y decía que siempre se preguntaba lo que había que hacer cuando se le acercaba una ola. ¿Hay que sentarse o no? Y cuando por fin llegaba, la dejaba pasar. Recuerdo una anécdota muy divertida. Mastronardi y Gombrowicz tenían la costumbre de cenar juntos en un bar. Hacía mucho calor y Gombrowicz siempre se desabrochaba el cuello de la camisa, lo que a Mastronardi le molestaba mucho. Un día, Mastronardi se llevó el cuchillo a la boca y Gombrowicz le dijo: “Si usted come con el cuchillo, yo me desabrocho el cuello”. En realidad, le dijo: “Si usted comer con el cuchillo, yo desabrocharme el cuello”. Así es más divertido.
–Le había propuesto dar clases a un grupo de personas, no muy inteligentes, por otra parte. Nunca conseguimos ponernos de acuerdo sobre el asunto. Me proponía cosas raras y se enojaba porque no aceptaba sus ideas. No nos entendió y no lo entendimos. Deberíamos habernos conocido mejor. Era muy orgulloso; es lo que explica su comportamiento. Era más antisocial, salvaje (como yo, por otra parte), que agresivo. Parece que ha escrito cosas no muy amables sobre Bioy y sobre mí.
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