› Por Alfredo Garcia
La pesadilla apocalíptica de origen botánico que imaginó M. Night Shyamalan en El fin de los tiempos tiene prácticamente sólo dos antecedentes importantes, que obviamente un obsesivo en el género fantástico como el director de Sexto sentido conoce a la perfección. Son dos novelas asombrosas, aterradoras, implacablemente sombrías e imaginativas.
En El día de los Trífidos de John Wyndham, el 99% de la raza humana se quedaba ciega tras una lluvia de meteoritos, para luego ser engullida por una desagradable mutación vegetal con una dieta estrictamente carnívora.
Empezaba la década de 1950 y la Guerra Fría: la paranoia era tan grande como para que la gente pudiera mirar recelosamente hasta la plantita que tenía en el balcón. El libro suele ser incluido en los top ten de la era dorada de la ciencia-ficción, sitio que sigue mereciendo a pesar del detalle demodé de culpar a los rusos por crear una amenaza verde contra los enemigos de su bandera roja.
Justamente La Amenaza Verde fue el título del estreno argentino de la película de 1962 The Day of the Triffids dirigida por el veterano del terror clase B Steve Sekeley. No quedó nada del subtexto político, por lo que de un plumazo los yuyos venían del espacio en esta querible versión de matiné del libro, con climas auténticamente terroríficos mezclados en medio de una ensalada bastante chapucera.
Del mismo modo que Wyndham se inspiró en H. G. Wells y sus marcianos de tres dedos para sus trífidos, su libro inspiró una novela tan genial como poco revisada: en 1965 Thomas Disch publicó su formidable Los Genocidas, poética invasión extraterrestre con plantas marcianas que crecen por doquier creando un desastre ecológico irreversible. Las plantas crecían ahogando todo otro cultivo, la comida desaparecía, y luego los problemas del campo continuaban con la quema del follaje invasor y todo lo que hubiese a su alrededor. Los Genocidas jamás fue filmada. Sería difícil encontrar un productor hollywoodense leal a un planteo tan dark como el de Disch.
El gran aporte de Shyamalan es imaginar un panorama igualmente temible, pero surgido espontáneamente del medio ambiente como defensa ante la depredación insensata en el tercer planeta a partir del Sol. De todos modos, Shyamalan ni intenta un Apocalipsis tan crudo como el de Los Genocidas, con un último párrafo memorable: “La Naturaleza es pródiga. De cada cien plantas, solamente una o dos sobrevivirían, de cien especies, solamente una o dos. Pero el hombre no”.
En todo caso, no tiene sentido preocuparse mucho por este tipo de ficción: ya se sabe, yerba mala nunca muere.
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