Dom 07.12.2008
radar

Blonde on Blonde

› Por Mariana Enriquez

Control parece ser la palabra clave. Demasiado control, descontrol, control freak, quién controla, cuánto controla. Con Madonna casi no queda duda: ella controla todo, incluso a riesgo de convertirse en una especie de cyborg, en un ser humano tan perfeccionado que es capaz de resistir las emociones, el paso del tiempo, las giras agotadoras, el acoso de la prensa, la presión de ser una artista que, además de ser creativa, debe estar al día. Madonna ganó: incluso los que no son fans reconocen con diferentes grados de reticencia que es una profesional excelente y una performer impactante. Ahora, al mismo tiempo que Madonna toca en Buenos Aires y apabulla con su eficiencia guerrera, Britney Spears, que acaba de cumplir 27 años, edita Circus, su primer disco después de un año entero de debacle personal –una debacle que fue, quizá, la más pública y publicitada que cualquier estrella haya tenido que atravesar en toda la historia del mundo del espectáculo–. La semana pasada se vio el especial para MTV Britney: For The Record, entrevista de relanzamiento de carrera, blanqueo y making off del primer video de Circus, “Womanizer”. Gran parte de la muy publicitada entrevista consistió en una conversación sobre el “control”. El periodista le pregunta a Britney –a ella se la ve vulnerable, abierta, muy linda y muy desgraciada– si siente que “no controla las cosas”. Ella niega con la cabeza, hace pequeños gestos que son elocuentes (¿cómo podría explicarle a alguien esa vida incomprensible que lleva?) y dice que no, al contrario, que siente que está demasiado controlada. Y se pone a llorar y dice que está triste. En otro momento del documental se encuentra con Madonna y el encuentro es incómodo y extraño: Madonna llega con toda su implacable seguridad, le pregunta a Britney si está bien con una mezcla de dureza y paternalismo y luego cantan juntas “Human Nature”. Todo el tiempo Britney parece distante con Madonna. ¿A lo mejor no le perdona que haya grabado con Justin Timberlake? Un poco de especulación: Justin triunfaba hasta alcanzar las grandes alturas mientras a Britney se le complicaba la vida con una separación tremenda, la pérdida de la custodia de sus hijos, un acoso de paparazzi nunca visto y finalmente varias internaciones en centros psiquiátricos y de rehabilitación. Y Madonna, la supuesta protectora, la que besó a Britney en 2003 en los premios en MTV y pareció nombrarla su sucesora (al mismo tiempo que sonaba el dúo “Me Against The Music”) graba con Justin, el ex novio exitoso; y los dos en ese video robótico, “Four Minutes”, parecen decirle a Britney: “Lo sentimos mucho, pero nosotros sabemos sobrevivir en este negocio. Nosotros somos más que humanos. Vos no te la bancás”. Después de volver a cantar con Britney sobre el escenario, Madonna da una pequeña entrevista para For The Record donde dice que su protegida “debe tener control de su destino” y otras sentencias muy new age que debió haber tomado de la Cábala o sencillamente de su manera de entender esta vida y su negocio; manera que los meros mortales no podemos siquiera vislumbrar (y esto dicho sin ironía: es petulante tratar de interpretar en demasía a un mito viviente).

El control, entonces. En el momento más difícil de su vida, cuando se la fotografiaba trastabillando con su hijo en brazos, Britney editó el mejor disco de su carrera, Blackout. Un disco de pop minimalista sencillamente brillante. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo pudo dejar de lado tanto caos y focalizar, controlar así? Muchos fans creen que los quiebres emocionales de Britney son parte de una máquina promocional. De ser así, sería aún más superpoderosa que Madonna. Pero en For The Record no se la ve tan calculadora. Parece algo inquieta y caprichosa, parece estar deprimida, parece encontrar consuelo en el trabajo. No es una exhibición de desequilibrio mental completo. Después de todo, Britney sólo tuvo una crisis emocional. Sólo que fue una crisis amplificada y transmitida vía satélite; sólo que fue una crisis bastante comunacha en un mundo donde sus pares son máquinas perfectas que o bien no dejan que la vida personal interfiera en sus carreras (Madonna, Justin) o están locos a niveles inalcanzables (Michael Jackson, Celine Dion). Hay que recordar, además, que Britney pertenece a una especie de estrella pop diferente a Madonna. Britney empezó a trabajar a los 4 años empujada por su familia; los sostuvo económicamente durante mucho tiempo. Madonna se hizo sola, se fue de su casa en Michigan hasta la Nueva York punk de fines de los ’70 y se inventó. Tomó decisiones como adulta con la única ayuda de su propia voluntad férrea. Quiso ser famosa, quiso dominar al mundo. Britney dice todo el tiempo que quiere apagar las luces, que se quiere bajar y que extraña su infancia en Biloxi. Probablemente no sea cierto, pero eso es lo que dice, así construye su imagen pública. “Odio a la gente que se queja, sé que hay gente que la pasa peor que yo, pero me gustaría poder hacer cosas espontáneas”, dice en For The Record. Madonna jamás de los jamases expresa nostalgia alguna por el desierto industrial de Detroit y debe abominar de la espontaneidad en cualquier orden de su vida pública (lo bien que hace, porque con cada calculado paso llegó hasta donde está, que es la cima). ¿Britney es una rebelde de la maquinaria? Tampoco. Posiblemente faltan varias escenas clave en esta historia para lograr entrever un significado mayor.

En Circus, que es un muy buen disco pop –más convencional y menos oscuro que Blackout–, Britney habla de su vida bajo escrutinio. Habla de “matar las luces” en “Kill The Lights”, una canción sobre esa legión de fotógrafos que nunca la abandonan, y de hundirse en arenas movedizas con su pareja en “Quicksand”, probablemente una referencia a Kevin Federline –es increíble cuánto pareció sufrir Britney con esa ruptura si se lo compara con la helada separación de Madonna y Guy Ritchie; es que, claro, Madonna ya sufrió: sufrió con Sean Penn cuando tenía la edad de Britney–. Circus es la confirmación de que Britney puede funcionar a la perfección, que puede hacer su trabajo y grabar canciones pop increíbles como “Phonography” o “If U Seek Amy” (de Max Martin, que escribió su hit “... Baby, One More Time”), donde su vida real no se refleja en lo más mínimo, como si fuera capaz de desdoblarse. Pero, sobre todo, de lo que habla en Circus es justamente del circo: “Circus”, la canción, es buenísima, y vuelve verdaderamente apropiada la comparación de su estrellato con la arena: el esfuerzo físico al límite, el maquillaje, la soledad, el nomadismo, la monstruosidad, la deformidad; domar y domarse, convertir a los hermosos animales salvajes en bestias entrenadas cubiertas de lastimaduras; el domador como un ser tan cariñoso como bestial, que golpea por el propio bien, porque si el animal no aprende los trucos, si se sale de la jaula o del círculo central, tiene que ser sacrificado.

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