› Por Horacio González
¿Sabemos realmente lo que ocurrió en Timote? Los autores del hecho intentaron relatarlo y es conocido el modo en que lo hicieron en una revista partidaria. Creo que era nuevo en la política argentina contemporánea que los autores de un hecho tan radical como ése, llevados por no se sabe qué vocación narrativa, decidieran decir con un tipo de literatura realista qué es lo que habían hecho. José toma ese relato y lo devuelve en una forma en que ya dificultosamente lo reconocemos, como dice en el libro (que es una novela, me parece correcto denominarlo así, aunque esté en los límites del género). Habla de otros textos y de alguna forma nos permite imaginar que son juicios concluyentes sobre otros textos. Y se dedica a enjuiciar en una forma muy severa y muy radical –lo cual no será nuevo, pero sí muy imaginativo– lo escrito al respecto de este mismo tema por Walsh, cuando juzga si Aramburu se habría arrepentido. Es el capítulo de Operación Masacre que escribe con posterioridad a las primeras ediciones; ese capítulo está en bastardilla, como si quisiera diferenciar de su relato anterior el modo en que ahora va a hablar de Aramburu. Walsh dice sí, se arrepintió. Y el modo en que se lo enjuicia era correcto, de modo tal que quienes toman la decisión última sobre la vida de otro hombre no deben tener en cuenta la evolución interna, problemática, autorreflexiva, que puede tener una conciencia. Un hombre son sus actos pasados y no el modo en que después los elabora.
Todos estos temas son llevados a un plano de una exigencia rememorativa y de escritura muy notables. Y no la podemos eximir de vincularla de todo lo escrito durante décadas con uno de los hechos que trazó una hondonada irreversible en la política argentina, en nuestra propia memoria ciudadana y en nuestras pobres hilachas de ética pública o privada con las cuales nos movemos cotidianamente. Y lo hace con innovaciones en el relato y en la escritura, que son también muy destacables. La novela transcurre bajo la forma de la incerteza; José aprovecha en plenitud los recursos de la novela contemporánea, de conciencias que están perdidas en su propio mundo o en un mundo que cree poder conocerse. Y por eso el novelista interviene precariamente, con sus suposiciones.
Lo que hace esta novela es llevar todo lo escrito sobre Timote a un plano que nos indaga a todos nosotros, lectores, pero también al conjunto de la historia nacional, en el sentido de que debemos volver sobre esos hechos a preguntarnos qué es lo que pasó. (...) Debemos saberlo, pero si esa tarea alguna vez puede culminarse, sería una tarea de reconstrucción de una ética pública en la Argentina, de la cual los argentinos, hay que admitirlo, estamos hoy muy alejados. Si es que alguna vez se puede construir una ética pública con relación al tema de la responsabilidad. Esta es una novela sobre la responsabilidad y lo es de una manera piadosa, aunque ésta es una categoría que puede sonar excesivamente cristiana; el libro tiene una reflexión sobre Dios, o sobre los dioses, pero en el fondo también es una reflexión profunda sobre por qué hacemos lo que hacemos, cuál es nuestra responsabilidad, es decir, cuáles son nuestros dominios simbólicos, las voces que nos habitan. Abal Medina escucha la voz de Evita en el sótano. Abal Medina, personaje abrumador y abrumado del libro, es una conciencia que actúa en nombre de muchas vidas militantes de la época, pero actúa para saber quién es, incluso para saberlo cuando apriete un gatillo. Sin embargo, se le aparece la conciencia de Evita diciéndole, como hace hablar José a sus personajes, “apretá ese gatillo, pibe”.
Escuché muy bien lo que dijo Guillermo Saccomanno, que me parece muy interesante. Sin embargo, no estoy enteramente de acuerdo con respecto a que se trata de un juicio definitivo sobre lo ocurrido. El arte de José, diría, es dejarnos las incógnitas que trazan sobre la historia estos personajes. Yo quiero agregar, no sé si muy debidamente, que no me hubiera atrevido a venir acá si el libro hubiera tomado partido en un hecho que está abierto a nuestra consideración, porque nos hace y nos rehace permanentemente. Tomar partido hubiera sido trivial: es una actividad menor y no calificable con ningún signo de interés, lo que se está haciendo en la Argentina en términos de juzgar el pasado, porque se hace bajo la carga de intereses muy inmediatistas. Esta novela es todo lo contrario y lleva a juicios sobre la época a un plano filosófico, donde los personajes se parecen mucho a los grandes textos que se han escrito sobre la base de hombres arrebatados que tienen su otro incorporado en ellos mismos. El deseo de matar a otros hombres como forma de verdad, como una manera de querer ser ellos mismos de una manera superior.
¿Qué pretende José Pablo Feinmann, mi amigo, cuando escribe una novela crucial como ésta? ¿Que se abalancen todos a decir: “Qué bueno, ha develado un gran episodio, no sabía que había sido así”? Es el tema de nuestras vidas, es el tema de la historia política central de la Argentina, José lo dijo muchas veces. Los grandes novelistas de todas las épocas hacen pasar por el tamiz de la literatura, sin juzgar a nadie, el modo en que los hombres de una época piensan sus valores éticos, estéticos, su vida artística y política. ¿Cómo debo juzgar? Debo hacerlo, pero para poder juzgar debo ser otro hombre. Y el tema de si yo puedo ser otro hombre es el tema de las grandes novelas. Es Fernando Abal Medina, empuñando las armas, en esta novela.
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