Es el hombre de los sábados –su programa va a las 8 de la noche– y tiene un formato más cercano al talk show que al comentario político. Todo es más relajado, conversado, menos confrontativo. Algunas nochecitas hasta suele tocar en vivo con su banda, The Little Rockers: Mike Huckabee es bajista. También fue gobernador (republicano) de Arkansas entre 1996 y 2007 –ese año compitió en las primarias republicanas para ser candidato a presidente, pero perdió con John McCain–. Es posible que vuelva a intentar la carrera presidencial en 2012. Así, Huckabee el programa es, en realidad, su campaña anticipada. Poco ético, claro, pero recordemos que estamos hablando de salvar a los Estados Unidos de las garras del comunismo y la incompetencia.
Mike Huckabee, que tiene 55 años y un parecido notable con Richard Nixon, también es pastor bautista, y ejerció su ministerio entre 1980 y 1992. La cercanía con Dios le da el aire contemporizador del que carecen sus colegas, pero estamos aquí frente a un hombre que quiere ser presidente, no frente a un corderito. Huckabee es más tranquilo que los otros conductores de FoxNews, pero sabe lo que hace. Cuando entrevista a celebridades, rápidamente las lleva al terreno de la política, y todas son locamente conservadoras: Jon Voight hace dos meses opinó que “con sus enseñanzas marxistas, socialistas, Obama está violando a este país”. Otros entrevistados fueron Chuck Norris, Andy García, Meat Loaf y los ganadores de American Idol, que son empleados de Fox. También perpetúa exageraciones y mentiras sin pestañaear, como que Arizona es la capital mundial del secuestro extorsivo (Phoenix tiene problemas con su tasa de criminalidad, pero no tantos) o que la deuda externa del país aumentó ocho veces desde que Obama es presidente (aumentó, pero de 10 trillones a 12, según datos del Tesoro; el número es lo suficientemente escalofriante, no hace falta mentir).
Hace menos de un mes, Mike Huckabee produjo un segmento sencillamente psicodélico. Escandalizado por la supuesta inacción e ineficacia del gobierno federal para limpiar el derrame en el golfo, llamó a ciudadanos norteamericanos sencillos, cada uno de ellos munido de un plan. Entonces, en demostraciones que recordaban poderosamente a las publicidades de productos de venta telefónica, un granjero dijo que había que juntar pelo, hacer una gran mata y echarla al golfo porque el pelo chupa bárbaro el aceite (la mancha tiene el tamaño de Tierra del Fuego: hay que imaginar esa colosal cabellera digna de Lovecraft); otro aseguró que se limpiaba con heno, del mismo que él les daba a sus animales, y lo que cayera al fondo del mar, pues limpiarlo con una toalla de papel especial, una que no se desintegrara; algún otro presentó planes más sofisticados, como líquidos disolventes, por ejemplo. Y todo esto ante la mirada admirada de Huckabee, que boquiabierto se preguntaba cómo era posible que el Señor Presidente no pudiera pensar en estas sencillas soluciones, ideas patrióticas que cualquier norteamericano que se diera maña y tuviera voluntad podía concebir.
Había personas del público que lloraban antes las demostraciones, y no porque les resultara doloroso soportar tantas pavadas.
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