Sábado, 6 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Martín Granovsky
Cuando el tiempo pautado para la entrevista había terminado, Tzvetan Todorov miró mi tarjeta de Página/12 que estaba sobre la felpa verde de la mesa, entre los vasos de agua mineral, hizo un gesto mínimo con las cejas como si recordara algo y preguntó:
–¿Podemos seguir tres minutos más?
Pensé que por mí podíamos seguir tres horas. No alcancé a decírselo.
–Quiero hablar de la memoria –empezó rápido Todorov–. Sé que la Argentina es un país donde la cuestión de la memoria es muy importante. Pero siento que hay cuestiones que no pueden ser colocadas públicamente de manera definitiva. Me golpea el estilo de expresiones como “Nunca más”.
Hoy se le suma “Memoria, verdad y justicia”.
–Son palabras muy fuertes –dijo Todorov–. En ese tipo de discursos siempre hay un culpable y un inocente. Y la realidad es mucho más compleja.
Por el poco tiempo que teníamos le contesté a Todorov que en un plano puede haber culpables e inocentes pero que coincidía en que la complejidad era infinita, porque todos los días aparecen historias trágicas, contradictorias, aparentemente inexplicables, o a veces explicables sólo desde la subjetividad del arte. Le agregué: “A veces no coincido con algunas líneas argumentales que a mi gusto carecen de matices, pero por suerte la Argentina es una sociedad abierta y el debate asegura que ninguna política de memoria, sea cual fuere, se convierta en una religión de Estado”. Sin tiempo de expresárselo, recordé que había coincidido con un concepto suyo: que la memoria es individual, no colectiva, porque de otro modo sería cierto que la historia enseña a no repetir el pasado. Y que, como él mismo escribió, eso no es inevitablemente cierto, porque Hitler quiso y logró repetir con los judíos el genocidio armenio.
Todorov se puso muy serio y dijo: “Es verdad que esa dictadura militar cometió una violencia extrema, superlativa, absolutamente repudiable. Pero no puedo separar eso de que en ese período los movimientos de extrema izquierda mataban seres humanos”.
Otra vez sabiendo que la charla terminaría en segundos, alcancé a dar un dato: cuando los militares tomaron por completo el Estado el 24 de marzo de 1976, el poder de fuego de ERP y Montoneros ya había sido pulverizado.
“Yo le hablo de un período más amplio”, dijo Todorov. “Me parece que socialmente hay responsabilidades compartidas, y por eso le hablé de la extrema izquierda. Como usted sabe, yo nací en Bulgaria, y hasta que me fui a París, a los 24 años, crecí en un país comunista. No puedo concebir que la violencia de extrema izquierda busque legitimarse en ideas supuestamente revolucionarias o pro-comunistas. En el Este, los regímenes fueron horribles. Resultaron muy estables y por eso tuvieron tiempo de preñar a la sociedad entera. En Rusia, particularmente, el comunismo fue responsable de un enorme número de víctimas. Mayor que las víctimas del nazismo.”
Y terminó la entrevista. Todorov tomó una lapicera y preguntó: “¿Cómo me dijo? ¿Religión de Estado? Voy a anotar ese concepto”. Le dije que por suerte la Argentina es secular también en la política. Le di la mano y me prometí que, siguiendo su ética del respeto, publicaría todo. Si hay algo que no puede tener límites es el debate público.
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