Dom 06.02.2011
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> ENTREVISTA CON JOAN JETT

Chicas con guitarras

› Por Andrea Juno

Fuiste una de las rockeras mujeres que nos sirvió de inspiración en los ’70 y los ’80: ayudaste a que las mujeres fueran más fuertes.

–Bueno, me alegro de que alguien haya entendido el mensaje. Cuando reflexiono sobre el pasado, siempre me pregunto cuántas mujeres veían lo que hacíamos con The Runaways y se decían “Hey, eso está muy bien”. O: “Nos hacen sentir más fuertes”. Porque la sensación era que el público de The Runaways era mayoritariamente masculino, tipos que estaban esperando a que nos sacáramos la ropa: eso era lo que querían. Muy pocas mujeres venían a nuestros shows. Se sentían amenazadas. No sé por qué. A lo mejor no las estimulaba ver mujeres tocando, o tenían miedo de que les robáramos a los novios.

Así que cuando reapareciste con tu propia banda, The Blackhearts –todos varones– después de la separación de The Runaways, ¿había una intención específica de no hacer una banda de mujeres?

–De mi parte, definitivamente. Después de la separación de Runaways sentía que la gente se burlaba de nosotras y decía: “Te avisamos que no funcionaría. Te dijimos que no eran una buena banda”. Hay que entender cómo me sentía yo, que vivía en el medio de la escena musical, en Los Angeles: vivía enfrente del Whiskey. Al principio, no sabía qué iba a hacer. Fue como si mi vida hubiera terminado, porque amaba estar en The Runaways y pensaba que estábamos haciendo algo buenísimo –no entendía las reacciones de la gente, y por qué pensaban que era tan extraño que las mujeres tocaran música. Había gente que nos miraba como si tuviéramos siete cabezas. Creían que estábamos locas. Era surrealista. Yo no lo entendía: para mí no era lógico–. Crecí con padres que me decían que podía hacer cualquier cosa en la vida. Nunca me entró en la cabeza que una chica no pudiera tocar la guitarra. No hay ninguna regla que diga que las chicas no pueden tocar la guitarra. Recuerdo mi primera lección con un profesor de guitarra, cuando quería aprender cómo tocar rock’n’roll. Yo tenía 13 años. El profesor me miró con una expresión extraña, como si no entendiera lo que le estaba pidiendo, y me enseñó “On Top of Old Smokey”.

Como si esperara que cantaras folk.

–Sí. Eso era aceptable. Entonces me compré un libro de esos que te enseñan a tocar, y aprendí tonos y acordes de oído, escuchando diferentes discos.

¿Cuáles eran esos discos? ¿Qué te gustaba?

–Black Sabbath, porque tenían tonos grandes y gordos que podía seguir. Había muchas otras bandas que me gustaban pero que no podía seguir. Como Led Zeppelin. Demasiado rápido. Lo mismo con muchas bandas glam: no podía seguir a Bowie o a The Sweet. Pero sí a Suzi Quatro.

¿Qué pensaba la gente de tu edad de que tocaras la guitarra?

–No me acuerdo que muchos en la escuela supieran que tocaba la guitarra, y además mi familia se mudaba demasiado como para que pudiera hacer amigos. Pero recuerdo que la manera en que me vestía era diferente de la de todos los demás: zapatos de plataforma, cosas brillantes, mucho maquillaje, cosas raras. Recuerdo que muchos me gritaban: “Hey, Diamond Dogs!”. O que me tiraban piedras, literalmente.

Cuando eras adolescente y escuchabas a Sabbath o Zeppelin, ¿te costaba identificarte con ellos porque eran hombres?

–No. Yo pensaba en mí misma sobre el escenario. No tenía problemas con que fueran tipos.

Pero hace falta imaginación, porque no había mujeres en esos espacios, así que hacía falta armarse un personaje.

–Había muy pocas mujeres, salvo Janis Joplin. Ella era muy valiente y era posible identificarse con ella, pero no tocaba un instrumento.

Y no la trataban muy bien, aparecía siempre victimizada, desexualizada...

–Claro. No era posible tenerlo todo. No se podía tener una gran voz y, al mismo tiempo, ser una mujer hermosa y sexual. Era demasiado amenazante. Y creo que eso es lo que la gente encontraba amenazante –en una forma completamente diferente y a menor escala que con Janis, obviamente– con The Runaways. Cuando hacíamos entrevistas, los periodistas eran muy cínicos. Nos miraban sonrientes, se sentaban y decían: “Entonces, ¿qué es esto? ¿Una etapa que ya van a superar? ¿Una moda?”. Nosotras éramos ingenuas y serias al mismo tiempo, y les decíamos: “No, esto lo hacemos de verdad, creemos en la banda, queremos tener una carrera”. O algo así. Y entonces podíamos verlos cambiar, cuando se daban cuenta de que nos tomábamos en serio lo que hacíamos y que queríamos hablar de música, no de sexo. Se ponían muy violentos, y su lenguaje cambiaba. Nos llamaban todo tipo de cosas: todo lo horrible que se le puede decir a una mujer. Y, por supuesto, ¿cómo íbamos a reaccionar, si además éramos adolescentes de 16 años? Solamente los mandábamos a la mierda, los puteábamos. Y eso es lo que conseguían de nosotras, entonces escribían que éramos groseras y mal habladas.

Es bastante sano que los mandaran a la mierda, muchas chicas se hubieran asustado o callado.

–Bueno, pero cuando te preguntan: “¿Sos una puta?” o te dicen: “Debés ser una trola o una torta, si no, no harías esto” –así, literalmente–, tu respuesta interna es: “Un minuto. ¿Cómo pasó esta conversación de la música a los insultos? Estamos acá sentadas, listas para hablar con ustedes, y salen con estas cosas”. Pero en vez de contestar eso, los insultábamos a los gritos. A veces gritaba una, a veces todas... Pasó muchas veces. En algunos lugares, sin embargo, nos respetaban. En Japón, The Runaways eran enormes. En Escandinavia también. En Europa en general nos fue bien. Pero en Estados Unidos...

Por eso costó tanto seguir con una carrera después de The Runaways...

–Bueno, yo tuve que fundar mi propio sello. Me rechazaron 27 sellos: grandes compañías y sellos indies ínfimos. Nadie nos quería cerca. Y en los demos que mandamos, estaba “I Love Rock ’n Roll” –que originalmente iba a ser para Runaways, pero no llegamos a grabarlo–, “Do You Want To Touch Me?” y “Crimson and Clover”. Los tres fueron Top Ten. Y los rechazaron. ¿Alguien escucha? ¿O tiran lo que les llega porque no tienen tiempo? En realidad, me da miedo que sí lo escuchen y se lo pierdan. Que dejen pasar tres éxitos porque no tienen idea o porque tienen prejuicios.


Esta entrevista apareció en 1996 en el libro Angry Women in Rock, de Juno Books. Andrea Juno es editora y periodista, fundadora de la editorial Re/Search, que difundió en EE.UU. a J. G. Ballard, Bob Flanagan y muchísimos artistas del under durante los años ’80 y ’90.

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