Domingo, 13 de marzo de 2011 | Hoy
Por Juan Sasturain
Como a tantos, no me tocó ser amigo de Viñas; ni siquiera frecuentarlo; prácticamente no lo conocí. Una lástima (para mí, claro). Mi vínculo pasa por otros brillantes lugares compartidos por una / otra gran mayoría: las libros de Viñas y las clases (que no recibí) de Viñas. Puedo hablar un poco de eso, mientras los cables hacen malabares con un teclado sin “ñ” para malnombrarlo.
De los libros de Viñas, de las ficciones que fui leyendo de pibe, de estudiante de Letras en los ‘60, me gustaron entonces y sobre todo –es raro, acaso– los cuentos poco reeditados de Las malas costumbres y el fresco de Dar la cara, esa coral de muchachos que fue película. (Viñas tenía mucho que ver con el cine, al principio.) Los dos libros tenían tapa de Alonso, dibujo de Alonso, creo. Era marca revulsiva, y no debe ser casual que me acuerde más de las tapas y de las ilustraciones que de las editoriales... Antes, quiero decir las novelas de la Libertadora-Frondizi, las de antes de cumplir sus treinta años (aunque sabemos que se sacaba) tanto Un Dios cotidiano como (la mejor, visto ahora) Los dueños de la tierra, habían salido por sellos grandes: Kraft, entonces, y Losada, con tapas de colección, adocenadas, adaptadas a los criterios de la serie. En los 60 sale de ahí, “por izquierda”. En Viñas y en otros se puede leer también –y a él le hubiera gustado– el recorrido editorial de los autores. Lo suyo es ejemplar.
De mediados de esos mismos ’60 hasta pisar la década siguiente son las cosas que me parecen –me reconozco mal lector, reitero– más acabadas: me gustaron mucho la nouvelle En la semana trágica (variaciones sobre las limitaciones del radicalismo que ya estaban en Los dueños...) y la notable Jauría (sobre el asesinato del claudicante Urquiza, alevosamente “El Viejo”, y de nuevo con Alonso en la tapa) en otra editorial anómala, rara para la ficción: Granica. Jauría, me acuerdo, me gustó más que Cosas concretas, novedosa incluso desde el diseño y acaso más pretenciosa. Esa salió por otro sello nuevo de entonces: Tiempo Contemporáneo.
Y en el medio de las ficciones –en la colección de crítica literaria que inauguró para el por entonces incipiente Jorge Alvarez Editor– los textos de Literatura argentina y realidad política, que nos permitieron acceder al Viñas ensayista/profesor que la Facultad nos negaba (aún) por entonces. El análisis de las descripciones en Amalia (el cuarto de ella, el despacho de Rosas y las elecciones de Mármol), su corte longitudinal con el tema del viaje a Europa –un tema de su predilección– con los paseos de Echeverría, Sarmiento, el Mansilla –que aprendimos a leer–, Payró y compañía, fueron reveladores. Como fue reveladora su tarea de director de colección reeditando al primer Masotta analista de Arlt, dando espacio a Jorge B. Rivera y aire al Sebreli que le volvía a pegar a Martínez Estrada. En fin...
Ese, quiero decir aquél, es el Viñas que me vuelve hoy, en el balance. A los cuarenta años, apenas alguno más. El porteño no portuario, de ceño fruncido en la foto, de guiño elíptico en la prosa telegráfica del ensayo. Un Viñas con eñe, definitivamente extrañable.
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