Domingo, 27 de marzo de 2011 | Hoy
Fue aproximadamente en 1954 cuando a Liliana, la hermana de Pappo, le agarró la locura del piano. En la casa se escuchaba algo de música clásica porque el papá de Angelita, la madre, era tenor y había pertenecido al Teatro Colón. Su muerte prematura, a los 46 años, impidió que Liliana lo conociera. “A mi mamá le gustaban las óperas, las arias; a mí también me gustaban. Había una chica enfrente que se llamaba Mimí, tenía piano y lo tocaba. Un día, una amiga me dijo que era el cumpleaños de Mimí y fuimos. Ella tocaba el piano, entonces a mí me agarró una locura y quise ir a la profesora de Mimí, a la vuelta de casa. No tenía piano, pero a los dos años vine del colegio y había uno en el living. Sorpresa de mi papá.” De esa manera, Liliana comienza a escuchar piano. Y su hermano Norberto a escucharla desde el patio donde jugaba. Siempre recordó que “cuando era chico mi hermana estudiaba en la misma pieza donde yo dormía, entonces a las nueve de la mañana yo me ponía dos almohadas en las orejas para no escuchar el piano. Era terrible, pero creo que eso me ayudó”. Cuando se familiarizó con algunas piezas, comenzó a marcarle errores a su hermana. “Nena, te equivocaste”, le gritaba mientras daba vueltas con su bici en el patio. “Y tenía razón”, se sigue maravillando hoy Liliana. “Norberto tenía oído absoluto. A mí me ponía loca cuando me marcaba los errores. Pero por lo general, era verdad.” Cuando fue más grande y pudo ponerles nombres a las notas que reconocía, Norberto comenzó a afinarle el piano a Liliana. “Claro, eso después me lo cobraba: tenía que hacerle tartas de atún, lustrarle las botas, hacerle masajes. Pero yo lo hacía con gusto porque era mi hermano.”
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