Pappo se sentía cómodo con los hippies de Plaza Francia porque de algún modo intuía que ése era el lugar al que quería pertenecer, pero había cosas que no le cerraban. No estaba muy seguro de la paz y el amor tan a ultranza. En aquellos tiempos estaban los “firestones”, que eran como una suerte de pandilla urbana no politizada que sería un equivalente a los “fieritas” de hoy, un escalón por debajo de un “barrabrava”. Una barra de firestones conocida como “Los pibes de Pompeya” se tomaba un colectivo a Retiro con la única intención de patotear a los hippies. No los entendían, les parecían maricones y tarados, en una mirada que era compartida por sus mayores. Sin embargo, apetecían a sus chicas. Y como sabían que nadie les hacía frente, se divertían pegándoles. No es que los hippies les tuvieran miedo (tal vez un poco), sino que había una cuestión ideológica de no-violencia que sostenían con la jeta. Sonia, la princesa dorada, Pedro Pujó, el Colorado Rabey y Pipo Lernoud eran los que iban a intentar frenarlos, diciéndoles que la violencia no era el camino. Y también los que recibían los insultos y los tortazos. “Cuando había problemas de ese tipo”, explica Pipo, “los únicos dos tipos que iban al frente a cagarse a trompadas eran Pappo y Miguel Abuelo. Pappo no le tenía miedo a nada y quería ir a pelear, no entendía nuestra posición: él entendía los códigos de los de Pompeya”.
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