Domingo, 24 de abril de 2011 | Hoy
Por Luis Ziembrowski
La oportunidad que me dio Tantanián para actuar en esta obra tiene distintas aristas: yo soy generación Malvinas y estaba en el ejército cuando se desató la guerra. Al estar en un comando de capital, “acomodado”, solo sufrí un acuartelamiento y un “entrenamiento de orden cerrado” por un plazo de diez días. La psicosis de ir a la guerra duró poco; es más, ya estaba haciendo planes para escapar por Carmelo en una lancha almacén. (“¿Guerra? ¡Un chiste de argentinos mal contado!”) La derrota, tan temprana, me evitó hacer un acto “heroico”.
El ensombrecimiento interior duró, como cuando no se hace el duelo. Y comprendí que la guerra, también, es una cuestión de clases: mueren los pobres, los desvalidos. Los “atrapados patriotas”.
Hoy soy Tamerlán, en la obra de Gamerro, dentro de un elenco explosivo y estimulante, y tengo la oportunidad de expulsar todos los fantasmas: el poder. El poder. Es un personaje puro cuerpo (pura sangre). Todo el maquiavélico poder en una sola persona. Es la Idea del Mal: un hombre de convicciones mesiánicas. Es el Superhombre del que hablaba Niestzche y del que adaptaba Hitler y tal vez el padre de Schreber. Un ser despiadado, con una aguda y mordaz inteligencia, un sodomizador, un bufón de su clase y encantador cínico, de esos que, durante el menemato, poblaban los televisores cuando la política fue capturada para convertirla en un relato mediático. (¡Qué suerte que la política volvió a las calles!)
Y creo que lo más estimulante es haber encontrado un texto extraordinario para decir en voz alta, un texto que condensa un período histórico tan definido: justamente, la Voz de los ‘90. ¡Y sostenido en el dolor de tener un hijo desaparecido en Malvinas! Como actor no se puede pedir más: el goce del dolor en cada palabra, en cada gesto.
Como dice el Tato Pavlovsky, cuando habla del torturador de El señor Galíndez, o como sostiene Andrés Rivera cuando escribe en primera persona el monólogo del resentido Rosas en El Farmer, sólo hay una forma de hacer el mal: sin crítica. El mal tiene que vivir como una forma humana posible que ama y padece.
Por eso yo soy Tamerlán.
Pero cabe resguardarme, pues el personaje es todo eso, pero yo hago lo que puedo.
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