Dom 03.07.2011
radar

Los dos Johns

› Por Martín Pérez

En They Live!, una de las más oscuras –y al mismo tiempo más claras y evidentes– películas de John Carpenter, el mundo está siendo conquistado por extraterrestres. Pero sólo es posible ver lo que está sucediendo usando ciertos anteojos negros. Como lo aseguró The Matrix una década más tarde, hay un mundo feliz, que es el que se percibe normalmente; y después está la cruda realidad, que sólo algunos se atreven a mirar a la cara. De una manera u otra, es lo que Carpenter siempre dijo con su cine, pero puesto aquí de la manera más evidente posible. Lo que ante las puertas del fin de siglo fue representado por los Wachowski como un código continuo de color verde, diez años antes para Carpenter aún era la clásica idea cinéfila de que el color es para lo virtual, y sólo el blanco y negro para la verdad. Como la diferencia entre estar afuera y estar dentro de una sala de cine, claro.

Para los amantes de esa clase de verdad cinematográfica, que en una misma semana coincida el estreno de una nueva película de Carpenter con una de John Lasseter, debería ser algo para celebrar. Porque además de ser un artista de culto, Carpenter es uno de los representantes de la última gran generación de directores del mejor Hollywood clásico, nombres como Joe Dante o Walter Hill, que defendieron una forma de hacer cine hasta donde pudieron mientras la industria se iba convirtiendo en otra cosa. En otro negocio, digamos. Nombres venerados por el cineclubismo de los ‘80, pero lamentablemente olvidados por la cinefilia festivalera –y/o internetera– de décadas siguientes.

Nada casualmente, ese festivalismo –que intenta mantener vivo al cine a su manera, algo nada desdeñable– hizo también caso omiso de la obra de Lasseter y compañía, los últimos cruzados del cine para ser visto en sala llena, de directores que hacen películas que ellos mismos irían a ver, que no sólo filman para contar billetes. Cuando en los ‘90 casi todo Hollywood empezaba a ser comandado por gente de traje que poco sabe de cine, los responsables de las películas infantiles disfrutaron de una cierta rienda suelta. Lo que está al costado del sistema, lo que no es considerado “importante”, siempre disfruta de un margen de maniobra. Nadie lo explicó mejor que Brad Bird, el director de Los increíbles, hablando de la libertad que gozó haciendo El gigante de hierro, una película que no vio casi nadie en su momento: “Fue como estar en el Titanic después de que los ricos se fueron en los botes. Porque, aunque se movía un poco, el barco era nuestro. Podíamos hacer lo que queríamos, y eso hicimos”. Y así como el cine clase B al estilo de Carpenter siempre encontró cómo decir lo suyo desde el margen, las películas infantiles hicieron uso de esa libertad para tomarse bien en serio, y justo en el centro del negocio.

Por eso es que poco importa si tanto Cars 2 como Atrapada son los mejores ejemplos tanto del cine de Carpenter como de las producciones de Lasseter. Un par de semanas después de que un par de películas como Kung Fu Panda 2 o Piratas del Caribe 4 –que, además, están más cerca de ser videojuegos o parques temáticos– acaparasen casi la totalidad de las salas de cine del mundo, no está nada mal celebrar que hay otro cine que sigue vivo. Aunque las multitudes no se pongan los anteojos oscuros para ver los carteles de Obedece, Cásate y procrea o No pienses en el contundente blanco y negro de They Live!, sino para perderse en el mundo feliz del espectáculo en colores y tres dimensiones, sigue habiendo quienes prefieren acomodarse al volante de Christine –la inolvidable adaptación de Stephen King que realizó Carpenter en 1983– y manejar palmo a palmo junto a Rayo McQueen hasta que llegue el momento de los títulos.

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