Alejandro Urdapilleta > Emborrachando a la celadora
La primera vez que vi a Niní Marshall fue en la tele. Aunque antes tengo el recuerdo de mis viejos, escuchándola en la radio, pero yo era bastante chico en esa época. La veía en TV en blanco y negro y me encantaba, me cagaba de la risa, me parecía un ser precioso. Ella encarna el talento, la gracia, es humilde y, sin conocerla, siempre me pareció que debía ser una muy buena persona. Sin duda, es una de las artistas más grandes que tuvimos. Actuaba con todo el cuerpo, hasta con los pies: era un cuerpo blando comprometido íntegramente con la actuación. Además, era pícara y tenía una voz genial. Me pasa algo raro: la quiero como un familiar. Es imposible no quererla, es buena, la loca. De ella me gusta pensar que aprendí la soltura, la energía en la actuación. Mi película preferida es Hay que educar a Niní, y en particular esa escena donde ya grande y con novio, se viste de nena de 13 para infiltrarse en un colegio. Termina emborrachándose con la celadora. Las veo a las dos tiradas en el piso y es genial. Hizo un humor absurdo, sano, de muy buena leche. Fue revolucionaria, no había minas así en esa época, que se animaran a tanto, que escribieran sus propios guiones. Me encantaría ponerla a actuar con algún personaje mío, pero a su lado creo que me sentiría una piltrafa. Ella era una maestra fatal, un ángel de la guarda. Y tan tímida, a la vez. Me hubiera encantado conocerla. Da pena que se haya ido.
Entrevista: C. S.