Hago una confidencia. A veces recibo cartas de artistas –por ejemplo, un artista que me escribe que él o ella viven en Limoges, que él o ella tiene veintiocho años, y me pregunta: “¿Cómo se hace para triunfar?”–. Independientemente, incluso, de la calidad del trabajo, creo que no es posible saberlo. Hay una especie de injusticia, pero tengo la impresión de que las redes de amistad se forman cuando se es muy joven y que es difícil llegar a conectarse en otro contexto. Y el trabajo se resiente: si no tienes buenos amigos, si no conoces a las personas con las cuales discutir... No es un asunto de arribismo, de estar en el lugar adecuado o no, es el hecho de poder hablar con los otros, de ver las cosas interesantes del momento. Y lo que me impacta –sin duda fue más fácil en mi época que ahora– es que conocía a muchas personas cuando eran jóvenes. Creo que eso fue determinante en mi vida artística, no porque ellos me hubieran impulsado, tipo compinches, sino porque vivía en medio de un mundo artístico portador de proyectos, de historias, de posibilidades de aprender cosas, de trabajar juntos.