Dom 30.09.2012
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Cómo el libro dejó de ser una novela

La edición británica de Los versos satánicos apareció el lunes 26 de septiembre de 1988, y ahora él, en retrospectiva, sentía una profunda nostalgia por ese momento, la época en que los problemas aún parecían lejos. Ese otoño, por un breve período, la publicación de Los versos satánicos fue un acontecimiento literario, comentado en el lenguaje de los libros. ¿Era bueno? ¿Era, como Victoria Glendinning apuntaba en el Times de Londres, “mejor que Hijos de la medianoche, porque es más contenido, pero solo en el sentido en que son contenidas las cataratas del Niágara”, o, como Angela Carter dijo en The Guardian, “una obra épica en la que se han perforado orificios para dejar entre visiones (...) (una) novela populosa, locuaz, a veces cómica, extraordinaria, contemporánea”? ¿O era, como escribió Claire Tomalin en The Independent, “una rueda que no giraba”, o una novela que “se precipitaba, con las alas derritiéndose –-según la opinión aún más áspera de Hermione Lee en el Observer–, hacia la ilegibilidad”? ¿Era muy numeroso el apócrifo Club Página 15, formado por lectores incapaces de pasar de ese punto en el libro?

Muy pronto el lenguaje de la literatura quedaría ahogado por la cacofonía de otros discursos, políticos, religiosos, sociológicos, poscoloniales, y el tema de la calidad, de la intención artística sería, llegaría a parecer casi frívolo. El libro sobre la emigración y transformación que había escrito estaba desvaneciéndose y siendo sustituido por otro que apenas existía en el que Rushdie alude al Profeta y sus Compañeros como “escoria y vagabundos” (no era así, pero sí permitió que esos personajes que perseguían a los adeptos a su Profeta ficticio emplearon un vocabulario soez), Rushdie llama rameras a las esposas del Profeta (no era así, aunque las prostitutas de un burdel en su imaginaria Jahilia adoptan los nombres de las esposas del Profeta para excitar a sus clientes; las esposas en sí se describen claramente como mujeres que llevan una vida casta en el harén), Rushdie usa la palabra “fuck” demasiadas veces (bueno, está bien, la usó bastante). Esta novela imaginaria era contra la que se dirigiría la cólera del Islam, y después de eso pocas personas desearon hablar del libro real, salvo, a menudo, para coincidir con la valoración negativa de Hermione Lee.

Cuando sus amigos le preguntaban qué podían hacer para ayudar, él a menudo suplicaba: “Defiendan el texto”. El ataque era muy concreto, y sin embargo la defensa a menudo era general, basándose en el poderoso principio de la libertad de expresión. Tenía la esperanza de recibir, y muchas veces sentía que necesitaba, una defensa más específica, como la defensa de la calidad realizada en los casos de otros libros atacados, El amante de lady Chatterley, Ulises, Lolita; porque ése era un ataque violento no contra la novela en general ni contra la libertad de expresión en sí, sino contra una acumulación concreta de palabras (componiéndose la literatura, como le habían recordado los italianos en el palacio de Queluz, de frases), y contra las intenciones y la integridad y la capacidad del escritor que había juntado esas palabras. Lo ha hecho por dinero. Lo ha hecho por la fama. Los judíos lo han inducido a hacerlo. Nadie habría comprado este libro ilegible si él no hubiera vilipendiado el Islam. Esa fue la esencia del ataque, y por consiguiente, durante muchos años, se negó a Los versos satánicos la vida corriente de una novela. Se convirtió en algo más pequeño y feo: un insulto. Había algo de surrealistamente cómico en esta metamorfosis de una novela sobre metamorfosis angélicas y satánicas en una versión-demonio de sí misma, y se le ocurrieron unos cuantos chistes de humor negro al respecto. (Muy pronto correrían chistes sobre él. ¿Has oído hablar de la nueva novela de Rushdie? Se titula “Buda, pedazo de cabrón”.) Pero, para él, el humor estaba fuera de lugar en este nuevo mundo, un comentario cómico sería una nota chirriante, el desenfado era del todo inapropiado. Como su libro se convirtió simplemente en un insulto, él se convirtió en el Insultador; no solo a ojos de los musulmanes, sino en opinión del público en general. Encuestas realizadas después del “caso Rushdie” empezaron a demostrar que una gran mayoría del público británico consideraba que el autor debía presentar una disculpa por su libro “ofensivo”. Esa no sería una disputa fácil de ganar.

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