Domingo, 4 de agosto de 2013 | Hoy
Por Sonia Santoro
El interior de la parroquia de San Miguel, ubicada en Suipacha y Perón, está íntegramente pintado, incluso el techo de la bóveda de la nave central, el ábside, los tímpanos, altares laterales y columnas, es el más bello ejemplo de decoración en un templo de la ciudad. El autor de estas pinturas es Augusto César Ferrari, pintor, fotógrafo y gran constructor de iglesias. A un costado de la decoración de las bóvedas sobresale la figura pintada de un querubín; el modelo es León Ferrari, hijo de Augusto, pintado unos años después sobre las pinturas originales, está muy cerca de su madre, que sirvió de modelo para la María Magdalena.
Hasta aquí podríamos quedarnos con la fácil paradoja, pero unos treinta años después de que se realizaran estas pinturas la iglesia de San Miguel fue quemada por las “hordas” peronistas que buscaban la simetría en los fuegos purificadores –esa misma mañana de 1955 aviones de la Marina habían bombardeado el centro de la ciudad–. Aquí el detalle, los aviones llevaban en su fuselaje el signo del “Cristo Vence”. Y si miramos con atención ese signo, una “V” con una cruz adentro, nos remite al esquema de la gran obra de León Ferrari, La civilización occidental y cristiana: se trata de un avión cazabombardero norteamericano cayendo en picada con un Cristo barroco pegado al fuselaje (un Cristo similar, carbonizado, está expuesto en una vitrina en la iglesia de San Miguel). Esta obra de León marca un hito en la historia del arte universal; sin duda este sencillo montaje conceptual desencadena una asombrosa polisemia, este oscuro mensaje del cielo cayendo sobre nuestras cabezas. ¿Nos habla de una tecnología cristianizada o de un Cristo tecnológico? Es que, cuando los monoteísmos se agencian de las tecnologías de punta, las peores tragedias se abaten sobre la humanidad. Sobran los ejemplos hasta en la actualidad y más allá de Vietnam. Toda la obra de León nos interpela en este sentido. Desde sus escrituras abstractas, sus esculturas constructivas, hasta sus obras de crítica social, anticlericales, o su conmovedora serie de la dictadura del ’76. Sobre todos los imaginarios que creíamos conocer, León siempre produce una nueva torsión, que genera extrañamiento y perplejidad.
El gigantesco corpus de su obra necesitará de un lugar, pienso en una fundación, un gran museo que nos ofrezca la posibilidad de ver en toda su potencia esta singular y variada producción única en la historia del arte argentino.
Mientras tanto, en la iglesia de San Miguel lo que no hizo el fuego lo hicieron las filtraciones de agua, y en la actualidad el conjunto de pinturas está seriamente deteriorado. León –me consta– estaba muy preocupado por la restauración de esta iglesia (preocupación compartida por su familia y por el cura párroco), como lo estaba por toda la obra de su padre. Sé que se dieron algunos pasos positivos para la recuperación de este paradójico y emblemático lugar, nuestro patrimonio artístico lo merece.
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