Jorge Schussheim es músico de formación; en 1968 fundó el núcleo primigenio de Les Luthiers y fue pionero del café concert. Editó discos y fue restauranteur, escribió guiones para Tato Bores, hoy es consultor en comunicaciones políticas. Fundó su propia agencia en los años ’80 –asociado con Fernando Braga Menéndez–, donde craneó comerciales inolvidables como “Dame otra piña”, para American Club, o “No va a andar”, de Añejo W. Está a punto de publicar sus memorias tituladas Un gran paso atrás, donde se cuelan varias de sus mejores anécdotas sobre los años dorados de la publicidad argentina.
NARIZ. “La publicidad en mi primera época era un ámbito de libertad creativa total. En los ’60 un cliente no te pedía otra cosa que: “Hágame algo loco, Schussheim, algo bien loco”. Nada tenía que justificarse, no había focus groups, no había investigaciones. Los publicitarios nos caracterizamos siempre por afirmar aquello que no podemos probar, pero porque tenemos esta herramienta: la nariz, la intuición, que es mucho más poderosa que cualquier investigación de mercado”.
ENCUENTRO CON EL DIABLO. “Agencia Cícero, año 1978. Nos pidieron una campaña para celebrar el Mundial. El slogan que inventé era Argentina, mi amor, remedando a Hiroshima, mon amour, y fue un éxito absoluto. Tiempo después, terminando un show que armé con Lía (Jelín, su esposa) en Mau Mau, un amigo me dice: “Jorge, andá ya mismo a la barra que te quieren decir algo”. Me estaba esperando Massera. Y mientras me acercaba, pensaba que no le podía estrechar la mano, pero que tampoco podría negársela. Por suerte no me la dio, ocupado con un whisky, y me felicitó por el show. Cuando traté de irme, me dijo literalmente: ‘Ah, muy bueno lo de Argentina mi amor. Me alegro de que hayamos recuperado a Schussheim’. Massera sabía mi nombre: nunca tuve tanto miedo”.
ESTUPIDO, ESTUPIDA. “Era un licorcito que vendía cuatro mil cajones por año y yo descubrí en Pinamar. Lo tomaba con hielo, o con crema helada. Una delicia. Estuve dos años hasta que cansé al dueño de la marca y me dio un presupuesto mínimo. Era 1984, y en esa época había varias actrices o vedettes de cuarenta con chicos de veinte, como Susana Giménez. Y pensé: quiero una pareja así, pero en situación de tercero excluido, o sea que quede claro que estuvieron cogiendo y que van a seguir cogiendo. Ella le tiene que decir a él: ‘Estúpido’, y él a ella: ‘Estúpida’. La pusimos a Tini de Boucourt, una diosa, con el saco del pijama y a Pablito Cedrón con el pantalón. El presidente de la empresa, todo colorado, me dijo: Y no lo pondría al aire nunca, pero confío en vos’. No hubo variable de marketing, no hubo otros avisos, nada, sólo un comercial. En seis meses, Tía María paso a vender cien mil cajones.”
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