Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. LAS HISTORIAS DE GROSSO ALREDEDOR DEL PUENTE
Desde un relato que elige articular historias pequeñas,
A cada lado, del realizador rosarino Hugo Grosso, sitúa la
figura del puente a Victoria como nexo temático y metafórico.
Por Leandro Arteaga
A cada lado. Argentina, 2007
Dirección y guión: Hugo Grosso.
Fotografía: Sergio García.
Montaje: Hugo Grosso.
Música:Carlos Casazza.
Cámara: Luciano Barrera.
Sonido: Ernesto Figge.
Intérpretes: Luis Machín, Héctor Bidonde, Mónica Galán, Mónica Alfonso, Miguel Franchi, Juan Pablo Geretto, Julián Knab.
Duración: 90 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase
Puntos: 7 (siete)
En una de las numerosas notas a Hugo Grosso, que vamos a situar en una casi lejana página de Rosario/12, correspondiente al 20 de marzo de 2003, Fernanda González Cortiñas señalaba, acertadamente, varios títulos cuya excusa argumental fuera la figura del puente. Se mencionaban, así, El puente sobre el río Kwai de David Lean, Panorama desde el puente de Arthur Miller, Un puente demasiado lejos de Richard Attenborough, Los puentes de Madison de Clint Eastwood, entre otros, de los que propongo resaltar Noches blancas, memorable film de Luchino Visconti, en donde un puente pequeño era vínculo de cariño, de desengaño, entre Marcello Mastroianni y Maria Schell, personajes que el amor por el cine nunca nos haría olvidar.
Sirva esto de prólogo a A cada lado, film que Hugo Grosso estructura desde la figura del puente Rosario-Victoria. Es este puente, precisamente, el leitmotiv que crece, que modifica, y que interrelaciona, desde su génesis, las muchas partes que el relato de A cada lado nos propone. Argumento que se desarrolla desde variables distintas, enmarcadas desde personajes con historias propias. Pequeños capítulos, pequeños mundos, que se articularán progresivamente entre sí. Como si fueran piezas que se presentan dispersas, con un nexo casi caprichoso, pero que con el correr del film adquirirán nuevos sentidos, mientras permiten encastres que resultarán ser la película en su totalidad.
Porque A cada lado funciona como un prisma multióptico en el que, alterada una de sus partes, todo se modifica. La puesta en marcha del puente es este mecanismo vivificador, que señala un redimensionamiento social, que marca el fin de una época y el inicio de otra. Desde la película uno puede pensar, justamente, lo mucho que Rosario y Victoria están cambiando, lo mucho que se pierde y se gana. El puente posibilita estos análisis mientras se erige, claro está, como parte de la simbología citadina. Mientras tanto, son las historias más chicas las que se ven arrastradas, las que observan este devenir desde su cotidianeidad.
Es en esta serie de pequeños rincones, donde la película de Hugo Grosso prefiere detenerse. Así se perfilan los distintos afluentes del relato, contenidos en la relación entre las dos hermanas solteronas que hospedan al ingeniero alemán (que Mónica Alfonso y Mónica Galán componen desde una divertida simetría); en la tristeza del padre que espera la visita del hijo empresario (Héctor Bidonde y Luis Machín); en el vínculo afectivo y dolido entre el ingeniero y el transformista de club nocturno (Juan Pablo Geretto); en la avidez de los niños por conocer ese otro lado del río; en los mitos fantásticos que el puente ha generado; en el contexto de una pobreza que prosigue, que no disminuye; en el conflicto que provoca al realizador (Miguel Franchi) el retrato necesariamente "pintoresco" de la obra.
Sí podemos decir que el film adquiere cierta retórica innecesaria, cuando Abel (Franchi) expone sus angustias, cuando la película se preocupa por subrayar, desde lo dicho, aquel pasado que los nuevos tiempos parecen hundir. "Nada de peces muertos" le recuerda la voz telefónica de Willy (Machín), línea mucho más significativa que todo el extenso diálogo que los dos sostendrán una vez avanzado el film. Recurso dialógico que redunda, más aún cuando es la misma resolución la que explica, la que devuelve al personaje a sus fuentes, al retomar la continuidad de aquellos proyectos que parecían condenados al olvido.
Decíamos que el puente significa un deceso epocal, también una renovación. Pero la ambigüedad parece ser la marca que prevalece. Por un lado, destaca la ambición empresaria, el maquillaje de ciudad que atrae turismo, que plasma edificios, que procrea bolsillos pudientes, y que el personaje de Luis Machín viene a sintetizar; por otro lado, es la posibilidad de descubrir, de conocer ese otro lado, oportunidad que los niños de la historia no dudan en aprovechar, mientras abren fascinados las cortinillas del ómnibus que los conduce, a través del puente, hacia la soñada ciudad de Rosario.
Y si todo esto nos lo provoca el film, ello es posible porque posee un argumento claro, de relato sostenido. El guión de A cada lado tiene la habilidad de hilvanarse desde el montaje paralelo, recurso que requiere de habilidad y equilibrio. Sobresalen las situaciones correspondientes al personaje solitario de Héctor Bidonde, que monologa a la cámara mientras vende -con palabras que desmienten- su casa de tantos años, así como la situación de calor sofocante -ambiental y corporal- a la que se exponen las hermanas Alfonso/Galán, mientras se desviven por atender a ese ingeniero de palabra oscura, alemán y con secreto de amores, de esos que se ocultan a la vista ajena, en este caso, de los que se guardan al otro lado del puente.
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