Lunes, 18 de febrero de 2008 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › "SWEENEY TODD, EL BARBERO DE LA CALLE FLEET", DIRIGIDA POR TIM BURTON
Esta nueva versión adolece de sutilezas. Su mérito es haber mantenido el ritmo y la estructura de la comedia musical.
Por Emilio A. Bellon
"SWEENEY TODD, EL BARBERO DE LA CALLE FLEET" (Sweeney Todd, The Demon Barber of Fleet St.) USA, 2007
Dirección: Tim Burton
Guión: John Logan
Fotografía: Dariusz Wolski
Dirección artística: Dante Ferretti
Intérpretes: Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Timothy Spall, Sacha Baron-Cohen, Jamie Campbell.
Duración: 115 minutos
Distribuye: Warner en los cines Monumental, Showcase y Village.
Calificación: 7 (siete)
Tim Burton vio el musical de Stephen Sondheim a fines de los años 70, por primera vez. A partir de ese momento trató de seguir de cerca la historia del barbero de la calle Fleet a través de las numerosas versiones que el cine y la literatura habían hecho de aquel episodio de la crónica policial, que había sido recreado inicialmente por Thomas Peckett Prest en un cuento publicado en 1846. Desde los inicios del cine, ya en 1925, la figura de Benjamín Barker, quien adoptara para sus fines el nombre de Sweeney Todd, fue centro de atención de numerosos realizadores y entre ellos, refieren historiadores y críticos merece destacarse la que lleva la firma de John Schlesinger, rodada en 1998 con la actuación de Ben Kingsley en el rol que hoy compone el siempre sorprendente y multifacético Johnny Depp. En estos días se encuentra en video una nueva producción del 2006 producida por la BBC que tiene como protagonista a Ray Winstone.
Luego de aquella experiencia en Broadway, según el mismo Burton cuenta, la presencia del barbero sediento de venganza, que transforma su vida en un repetido acto de lo que el cree entender como justicia propia, paso a ser mas que una obsesión. Y en este caso se pueden reconocer algunos elementos de esta tan hipnótica historia o leyenda para su realizador en sus anteriores films; en los que, igualmente, encontramos al mismo actor.
Si bien el film de Burton, y esto ha sido seguramente una elección propia, adolece de sutilezas y figuras alusivas, no obstante ello uno de sus grandes méritos es el de haber mantenido la estructura y el ritmo de la comedia musical, captada entre negro y grises, azules oscuros y una constante presencia del rojo bermellón que hace honor a los films de la Hammer de los años 50. Tal vez son las letras de las diferentes canciones, que se escuchan en diferentes registros y tonos, desde la más luminosa ternura hasta la burla más sardónica, las que van abriendo los pasadizos secretos de los entretelones de las reacciones humanas.
El film es un canto a la puesta en escena. En una Londres que anticipa sus siluetas victorianas y que preanuncian a los personajes de Charles Dickens, Benjamín Barker, extensión de sus anteriores criaturas de Burton, llevara a puerta cerrada, a un espacio claustrofóbico, solo abierto al mundo exterior por una claraboya, su más terrible venganza. Sabemos del pasado de este hombre por un breve racconto que le entrega a un joven marinero, por lo que aún permanece y espera, en silencio y oculto, tras quince años de separación.
Todo el film se puede pensar como un pasaje de lo exterior al interior, desde el recorrido fugaz y veloz por las calles hasta el centro mismo de una espiral de sangre y muerte. Son las situaciones que se juegan en el mundo de afuera las que permiten liberar cierto humor, como la del feriante, de falsificado orígen italiano, que ofrece ante una multitud impactada, con su joven asistente, un elixir mágico.
No ubicaría a este film de Tim Burton, que este año cumplirá sus cincuenta años, entre mis favoritos. En este renglón prefiero escribir los nombres del primer Batman, El joven manos de tijera, Ed Wood y El cadáver de la novia. En relación con el film que hoy comentamos, definido en un goticismo extremo, por momentos espectacular e hiperrealista, encuentro puntos muy cercanos con La leyenda del jinete sin cabeza, pero sin los juegos poéticos que la misma brindaba. Por momentos, salvo en los que corresponde al corte afilado de sus amadas navajas, que completan la identidad del personaje, la planificación no escapa de ciertas limitaciones y respecto del acto homicida prefiere golpear directamente antes que sugerir.
En este sentido hay toda una definición: mostrar desde lo más subrayado y macabro, a la manera del teatro del grand guignol. Por momentos sentimos que la sangre llega a nuestros pies y que la sala se tiñe de ese rojo artificial. También esto en cierta medida permite restarle la gravedad a los hechos, ya que traspasa los límites de una representación y solo así todo se vuelve tolerable. Pero al mismo tiempo, este apostar al corte directo y al acto inmóvil, no le ha permitido a su director narrar desde otro ángulo. En esta dirección, es diferente si, el tratamiento que le reserva a las acciones de su aliada de turno, esa viuda que esconde fórmulas gastronómicas y que dependerán de su próximo visitante, de la clase social, de su aspecto exterior. Por ello las letras de algunas canciones, merecen que se vuelvan a escuchar.
Hay momentos, tal vez los más logrados, que escenifican un juego de máscaras, la danza de la Muerte. En el film de Tim Burton, un antiguo amor se llama Lucy como el ser amado de Drácula y desde aquí un feroz romanticismo nos empuja al film de Francis Ford Coppola. Sweeney Todd desde cada acto va preanunciando la tragedia y la mirada de un niño llevara a un último acto.
A lo largo de casi dos horas, el film de Burton, que manifiesta en numerosos momentos una frontalidad cercana, permite recuperar aquella atmósfera de viejas historias de miedo, de personajes solitarios y melancólicos que están ligados a un deseo de muerte, que borran su presencia en una neblina de odio. Tal vez este sea uno de los puntos más salientes del film cuya historia se recorta en un escenario pesadillesco en el que estallan de manera fulgurante el acero y la sangre.
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