Lunes, 28 de abril de 2008 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › TROPA DE ELITE, FILM COMPLACIENTE CON LA CORRUPCION POLICIAL.
Por Leandro Arteaga
Tropa de élite. Brasil, 2007
Dirección: José Padilha.
Guión: Bráulio Mantovani, José Padilha, Rodrigo Pimentel, a partir de la novela Elite da Tropa, de André Batista, Luiz Soares y Rodrigo Pimentel.
Música: Pedro Bromfman.
Intérpretes: Wagner Moura, Caio Junqueira, André Ramiro, Milhem Cortaz, Fernanda Machado, Fábio Lago.
Duración: 118 minutos.
Salas: Monumental, Village, Showcase.
Calificación: 5 (cinco)
Limpiar las favelas para la tranquilidad del Santo Padre. Podríamos pensar desde aquí Tropa de élite. La miseria y la marginación que se vive en Brasil. Otro aspecto para abordar el film. La corrupción policial y política. También. La fascinación por la violencia, gráfica y explícita. Acá me detengo.
Porque aún cuando lo reseñado sea susceptible de análisis, la manera desde la cual Tropa de élite destila violencia es para temblar. No sólo por lo que significa ésta en relación con el argumento, sino por el modo desde el cual el realizador, José Padilha, prefiere mostrarla.
Entonces nos ocurre algo no muy claro. Porque así como la violencia es elemento válido como parámetro social, que expresa un malestar susceptible de genealogía, al mismo tiempo también tiene algo del atractivo y de la fascinación con los que se ha revestido el cine de los últimos tiempos, caldo de cultivo que la televisión de nuestros días explota de modo irresponsable.
Pero vamos por partes. Tropa de élite recrea la tarea inmediata con la que la policía brasileña hubo de lidiar ante la visita de Juan Pablo II en 1997. El objetivo era el de impedir que los oídos santos, durante su estancia, escuchasen algún disparo. Y que tampoco lo hiciera espectador alguno de la televisión mundial. El grupo asignado para tales fines, la BOPE (Batalhao de Operacoes Especiais Policiais), hizo comulgar su modus operandi fascista con los fines políticos. Entrenamiento militar, adiestramiento para la tortura, reguero de cadáveres.
El film nos hace entrometer, de a poco, en la verdad del hecho junto con las historias pequeñas. El novato que descubre asombrado la corrupción, inserta en lo más inmediato e impune, sabrá emplearla para fines diferentes. El líder del grupo, férreo y asesino, no sabe muy bien cómo amalgamar su proceder con su vida de familia. O el policía negro y de procedencia pobre que cree en el poder de la ley mientras mantiene, también, un proceder esquizoide entre la vida en la Universidad y su proceder como policía de élite.
De modo tal que, ante tales situaciones, y en vistas de las resoluciones procedimentales de tales personajes, el mismo grupo de tareas culmina por ser expresión inevitable de una situación social desencajada. En otras palabras, no hay una mirada demasiado reflexiva ante la tropa asesina y policial. Sino, antes bien, comprensiva. El círculo vicioso en el que nos enreda el argumento pareciera justificarla.
A lo que se suma el proceder explícito de la cámara. El "fuera de campo" ha quedado -en buena parte del cine actual- como un procedimiento obsoleto. Aquel recurso que nos permite sugerir antes que mostrar, se ve cada vez más relegado por el morbo que acompaña a la bala que horada el cuerpo, por la sangre que salpica el lente de la cámara, o por el respirar cada vez más lento de la víctima torturada. Vale decir, nos encontramos con una puesta en escena pretendidamente sanguinolenta. Más la resolución demasiado trivial de algunas situaciones: la caracterización "villana" de los traficantes, o la inclusión "universitaria" de la teoría foucaultiana del poder como subrayado retórico, innecesario.
Algún nexo podrá establecerse con el film Ciudad de Dios (2002): en aquel caso la cámara evidenciaba su gusto por el video-clip y la publicidad, en éste, nos encontramos con un film de acción que, por momentos, pareciera una secuela de Rambo.
Por último: dos niños veían el film (para 16 años) en la sala. Se divertían mucho. Como si fuese un video-juego. La situación todavía me angustia.
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