Lunes, 9 de junio de 2008 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. CORDERO DE DIOS PLANTEA UN DIáLOGO ENTRE EL PASADO Y EL PRESENTE
La ópera prima de Lucía Cedrón recrea, a partir del secuestro de un hombre en 2001, los conflictos de una familia que, por 1978, tejió una trama de sospechas a partir de muertes y exilios. La trama se centra en la fuerza de lo no dicho.
Por Emilio A. Bellon
Cordero de Dios
Argentina, 2008
Dirección: Lucía Cedrón
Guión: Santiago Giralt y Lucía Cedrón
Intépretes: Mercedes Moran, Jorge Marrale, Leonora Balcarce.
Duración: 90 minutos.
Salas: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.
9 (nueve)
Como en el film de Lita Stantic, Un muro de silencio, estrenado en 1993 y lamentablemente olvidado, la ópera prima en el campo del largometraje de Lucía Cedrón plantea numerosos interrogantes. Y como en muy contados films argentinos que miran a los años de la dictadura, aquí siguen pendulando, más allá de los títulos finales, ciertos comportamientos que gravitan en la historia y en la memoria. Productora de Cordero de Dios, Lita Stantic reafirma una vez más en esta elección su capacidad para valorizar y defender el compromiso ético.
Desde el guión, premiado en el Festival de Sundance, Cordero de Dios manifiesta una marcada actitud de plantear un diálogo entre un cercano pasado, fines del 2001, con aquellos días de 1978, en los que se exhibía una cínica victoria ante los goles del Mundial. El trazado se corresponde con la manera en que los integrantes de una familia entran en una relación conflictiva que deja al descubierto conductas marcadas por sospechas, muertes y exilio.
Son los hechos del presente, un secuestro con fines económicos, los que disparan un regreso. Y en ese reencuentro, con todo lo que aún no se pudo decir, lo que va ubicando sobre un tablero piezas fragmentarias que llegaran a recomponer las acciones de un pasado. Pero ese pasado esta ahora aquí, captado por una luz refractaria que arroja sombras sobre un escenario que permitirá ver ciertas siluetas en la penumbra.
De mirada reposada, el film ofrece en su trascurrir cierto distanciamiento que invita al espectador a reflexionar, preguntándose sobre lo que va aconteciendo. Hay un amordazado dolor que todavía no pudo ser verbalizado, que nubla los ojos de esa madre, quien un día, tras el asesinato de su marido, debió exiliarse, y que interpreta notablemente, con pudor, Mercedes Moran. Ahora está frente a su hija, más que adolescente, también ella intuyendo que algo no se ha dicho aún, ambas frente a una situación limite.
El film nos coloca frente a ciertos hechos que operan como dilema. Y entonces, en relación con el título escucho a mi amiga Magdalena Aliau comentar a la salida del cine: "Pienso entonces en aquella invocación religiosa que nombra al 'Cordero de Dios' como aquel símbolo que 'quita el pecado del mundo'; en ese reclamo que apunta a 'ten piedad de nosotros'. Entonces ¿por qué no pensar esta expresión a propósito de que en ciertas ocasiones, ante situaciones límites nuestra condición humana es totalmente digna de compasión? Como ocurre con los protagonistas. ¿Y no será también, como señala la tragedia griega, que también aquí, lo que no hiciste, a lo que renunciaste, lo que no elegiste, sigue pasando?".
Hasta el momento no hemos nombrado a una figura clave del relato, el del padre de la protagonista; al del abuelo del personaje que compone a la nieta. Este hombre, que ya orilla mas de setenta años, veterinario, que actuó empujado por ciertos hechos de una manera despreciable, está ubicado en un punto de tensión que se mantiene a lo largo del relato. Aún en el cierre del film.
Cordero de Dios no es un film altisonante. Por el contrario, los hechos no necesitan ser gritados, a veces basta una mirada para poner en movimiento lo que no se pudo sincerar. O bien un simple movimiento de cámara para marcar un pasaje de una época a otra. Lucía Cedrón indaga sobre cada rincón de la memoria de sus personajes.
Entre madre e hija, y entre ambas y el pasado media una zona velada que los hechos del presente, el secuestro del abuelo, comienzan a hacer emerger. De manera lenta, por momentos detenida, la visión sobre el cruce de ambos tiempos se expresa en reacciones que lindan con el rechazo, con el desprecio. Los vínculos familiares se representan en una línea oblicua que permanecerá hasta el final. Entre la comprensión y la renuncia al olvido se va construyendo una trama que apela a un necesario dialogo, a un esperado arrepentimiento, a una renuncia al odio... pero sin olvidar.
Son contados los films argentinos que hoy miran hacia el tenebrismo y el horror de aquellos años. A aquel genocidio. A aquel período marcado por la delación y el secuestro de personas. Y tanto en el film de Lita Stantic, como en Garage Olimpo, de Marco Becchis, como en Cautiva, de Gastón Biraben, y algunos otros, observamos cómo han pensado al cine como un medio artístico que les permite interrogar al propio presente en relación al pasado. Afirmar la Memoria Histórica.
Madre e hija se enfrentan ahora ante otro hecho límite de este presente. ¿Cómo lo piensa una en relación con la otra? ¿Cómo lo ve la madre de acuerdo con aquello que ha cargado sobre sus espaldas silenciosamente? Conocer el pasado le permitirá a la hija descubrir en pequeños objetos cotidianos el peso de una historia, -la arrebatada- algunas veces cifradas en una canción. Minutos más tarde, ya al salir del cine, ya en el hall, mi amigo Manuel Bendersky expresaba: "Realmente me conmovió. Y para mí uno de los momentos más movilizadores es cuando el personaje de la hija, ya grande, estando en el auto, comienza a escuchar aquel casette que tenía grabada la melodía que cantaba junto a su padre..."
Mirar al pasado, con ese dolor que a veces se viene sosteniendo desde hace mucho tiempo. Acercarse a él, con las dificultades y a veces resistencia que nos asaltan. Cordero de Dios es un film sobre dilemas y sobre lo que aun queda por conocer. Los juicios están abiertos. Sobre el final, el sistema de créditos nos vuelve a pedir que nos detengamos. Aquella entrañable canción esta por comenzar.
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