Lunes, 23 de junio de 2008 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. EL FIN DE LOS TIEMPOS, DE M. NIGHT SHYAMALAN, CON TONO ECOLOGISTA
Sin esteticismos. Con una narrativa simple y justa. El último film del director de Sexto Sentido juega, mediante el trasfondo político, con el miedo a lo invisible. No es enorme. Pero tiene la justeza narrativa para permitir el disfrute y el horror.
Por Leandro Arteaga
El fin de los tiempos. EE.UU./India, 2008
Dirección y guión: M. Night Shyamalan.
Intérpretes: Mark Wahlberg, Zooey Deschanel, John Leguizamo.
Duración: 91 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
7 (siete) puntos
Hay otra película en cartel, oportunamente reseñada, con la que El fin de los tiempos comparte intereses. Por lo menos, en lo que refiere a paranoia. Se trata de La niebla, film de Frank Darabont sobre la nouvelle de Stephen King. Allí los monstruos emergen de un manto níveo que, gracias al género, se resignifican y anudan con lecturas múltiples. También merced a una historia de la que la ciencia ficción es parte dentro del cine norteamericano. Marte: planeta nunca más rojo durante la guerra fría. Hoy el contexto es otro. De modo tal que el desenlace ha situado a La niebla como película discutible, casi oprobiosa. No lo comparto, pero así están planteadas las cosas.
Armas químicas, agentes letales invisibles, infiltración terrorista, etc. Elementos con los que, por ejemplo, la misma Batman inicia (2005) supo construirse argumentalmente. En el caso del film de M. Night Shyamalan (Sexto sentido, Señales) dicha referencia se juega desde el mismo título, intraducible. The Happening -malogradamente entendida como El fin de los tiempos- alude a lo que está ocurriendo. Ahora mismo. La excusa estará en la naturaleza. Con lo cual, de paso, el film se sitúa desde una perspectiva también ecologista.
En otras palabras, el hombre como parte de un eco-sistema delicado. Si altera las normas vitales será cuestión, de una vez por todas, de contrarrestar su irresponsabilidad. A la naturaleza, aún con el mayor pensar científico mediante, no se la puede entender. Así como leitmotiv del film, la situación no puede menos que recordarnos la resolución que otra obra del género, maestra en este caso, encontrara: en El día que paralizaron la Tierra (1951, Robert Wise) el visitante de un lejano más allá (Michael Rennie) alertaba a los humanos sobre su comportamiento nuclear. Tras el desenlace, las represalias extraterrestres (o metafísicas) quedaban como posibilidad latente.
Desde otro orden de lectura, Steven Spielberg también entendió la sociedad humana como un todo orgánico en su Guerra de los mundos (2005). Pero aquí la naturalidad resultaba afectada por los invasores, ya infiltrados en suelo americano. Antes de la infección total, los seres extraños serán lógica y naturalmente expulsados del seno social. Tanto como la astilla que ampolla la mano de la pequeña Dakota Fanning. Ella sabe que su organismo, llegado el momento, sabrá cómo curarse.
En El fin de los tiempos la respuesta a los suicidios en masa será el temor a los ataques terroristas. Además, todo comienza en Central Park, New York. Luego se extiende. Pero siempre en Estados Unidos Cada vez son más los que deciden quitar su vida, como efecto dominó. Aquí, otra vez, el nexo con La niebla. Aunque también podríamos pensar en Todo es por amor (2003), del danés Thomas Vintenberg, en donde la gente moría por tristeza, mientras los cuerpos inertes adornaban el tránsito citadino de un futuro próximo.
En Shyamalan, todo esto se resuelve con un argumento mínimo. Con encuadres cerrados. No hay superproducción al estilo de El día después de mañana. Tampoco masas desesperadas con gritos que ensordecen. Sino relaciones entre sus pocos personajes. Familiares, amigos, desconocidos. Algo raro se respira. Y hace que la gente decida morir. Cómo evitarlo. Qué es. Hacia dónde ir. En quién confiar. Miedo a morir.
Habrá que celebrar, desde el horror impecable, la escena de la obra en construcción, con obreros que deciden caer al vacío. Una lluvia humana. También el desdén de la puerta cerrada, aquella que guarda la bestia asesina de cualquiera. Decidida a proteger su morada ante la mínima ofensa. Porque -sabremos oportunamente recordar- estamos en la tierra de la tenencia de armas. El miedo, entonces, se vivencia con los personajes.
No es un film enorme. Pero tiene la justeza como para permitir el disfrute y el horror. Con sus películas, Shyamalan sigue ofreciendo una mirada un tanto marginal. Sea desde la elección de sus personajes, como desde su proceder narrativo. Simple. Sin predominio de efectos digitales. Sólo con un viento que mece ruidosamente ramas de árboles. Basta esta complicidad para generar el misterio.
Habrá en sus personajes algunas deducciones forzadas, poco verosímiles (otro tanto ocurría con La dama del agua). Pero el interés persiste. Y así como con el resto de sus films, la idea de un destino inevitable, consecuencia del más mínimo detalle, vuelve a estar presente.
La alerta final de El fin de los tiempos, así como en el clásico de Robert Wise, corrobora un cauce fatal. Sobre todo porque, ahora sí, el miedo no será sólo norteamericano.
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