Lunes, 19 de diciembre de 2005 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LA PELICULA DONDE ELIJAH WOOD DEJA DE SER FRODO
En un rol distante del aventurero que le dio fama global con "El señor
de los anillos", el joven protagoniza un viaje iniciático, tanto
como su nueva etapa actoral, con atmósferas propias de Kusturica.
Por Emilio Bellon
UNA VIDA ILUMINADA (Everything is iluminated) 8 puntos
EEUU, 2005.
Guión y dirección: Liev Schreiber
Fotografía: Matthew Libatique
Música: Paul Cantelon
Intérpretes: Elijah Wood, J. Safran Foer, Eugene Hutz, Boris Leskin, Jana Habretova.
Duración: 106 minutos.
Salas: Del Siglo, Village y Showcase.
Tal vez para evitar inmediatos encasillamientos, para que se le permita cumplir con otros roles, es que quizás el joven actor Elijah Wood ha decidido en esta oportunidad ubicarse en un espacio distante del que ya le había marcado su personaje anterior, el de Frodo, en la ya multitaquillera saga de El señor de los anillos. Y ya frente al afiche, su figura (que rompe con la que exige hoy un galán del cine industrial), nos devuelve la imagen de un joven de actitud severa, de saco y corbata en tonos muy oscuros que guardan relación con un destacado par de anteojos de marcos negros, en cuyos cristales se espejan sus pestañas y un azul cielo surcado de nubes. Como fondo y acompañando el movimiento de su silueta, un plano cubierto de abiertos girasoles que ofrecen en su márgenes los nombres de quienes han participado en el film, en la parte alta de su cabeza, guardando relación con el color que reciben sus cristales, el título del film.
Con algunas marcas de cine independiente, e igualmente haciéndose cargo de una estética que corresponde a los cineastas de la Europa del Este, la opera prima de liev Schreiber (San Francisco, 4 de octubre del `67), que guarda un cierto matiz de significación con el título original, se construye frente a nosotros desde dos períodos: el de un viaje a partir de un hecho puntual y de una escritura que se manifiesta en el acto de cómo se va creando una novela; desde dos miradas, desde dos orillas, desde dos historias que, en principio, sólo se conectan por un hecho ocasional.
Los continuos contactos con el autor de la historia, con los actores que ya iban formando parte del nuevo proyecto, uno de ellos llegado también de Ucrania (el que asume la segunda voz en el film), nos llevan a pensar que la realización misma, tal como el relato que hoy vemos, también se puede pensar como un accidentado itinerario con sus tan esperados cruces, incluido el personaje de un perro que lleva en esta película el nombre de Sammy Davis Jr.
Como un viaje iniciático, así podemos definir en algunos términos a este bienvenido film que marca un giro en una cartelera dominada por las grandes superproducciones. En la ruta y la atmósfera de un film de Emir Kusturica, con una banda sonora que nos devuelve las voces de toda una etnia, Una vida iluminada en una reflexión sobre el propio presente desde la necesidad de no olvidar. Acto que, desde sus convicciones en la vida del joven Jonathan, se manifiesta en su voluntad de coleccionar objetos, imágenes, palabras. Y es en este lugar de apelación que los objetos van ofreciendo, que el joven recibe de manos de su abuela moribunda una ajada fotografía que habla de dos identidades, de un momento puntual del pasado, y de una historia de solidaria libertad. A este punto de la propia historia de su abuelo, es que Jonathan ahora comienza a mirar.
La foto apunta a un nombre, lo revela en una confidencia, se confirma en el intento con que otros lo niegan, y el mismo nombre asoma en el espacio que los nazis intentaron borrar. En su periplo, Jonathan, acompañado por Alex, su abuelo y un animal que va buscando cada vez más un lugar más cerca del primero, recibirá los entredichos de la propia historia en el cruce de los diálogos de sus acompañantes. En el viaje, los dos jóvenes, el ucraniano y el recién llegado, irán viendo cómo paulatinamente las propias puertas de un pasado ofrecen una dolorosa imagen para el abuelo, marcada por los feroces mandatos de un régimen que intentó también borrar todo rastro, toda huella. En su afán de recordar, Jonathan irá enhebrando cada episodio en su mural de la historia.
En este road movie, que participa de un zumbón tono de comedia, hay un salto progresivo que nos lleva al ámbito de aquella fotografía dada como legado, hacia el fuerte drama de carateres, contenido, sostenido por algo que espera ser nombrado. La misma fotografía comenzará a mostrar su revés, y en el interior de una cabaña, una mujer anciana también guarda afanosamente los objetos de un tiempo pasado, que remiten a otra figura, que sigue sosteniendo una espera frente a un posible diálogo; en ese espacio privado de todo cambio forzoso, recortado por la luminosa presencia de prendas blancas que delimitan su aspecto exterior.
De las tierras urbanas de a sociedad industrial del Oeste al mundo rural de las pequeñas poblaciones, que ya transitamos igualmente en el cine de A. Kaurismaki; desde sentimientos enfrentados y prejuicios culturales a la reparación de una antigua culpa, desde el rechazo a la comprensión de otros mundos, otras historias. El film de Liev Schreiber, que se va diagramando sobre un espacio de lenguas no comprendidas, se abre a la dimensión del gesto, a la elocuente presencia de los objetos, a una reflexión que calará de distinta manera en la conciencia, a los matices de un término, iluminación, que van permitiendo reconocer otros comportamientos, otras respuestas.
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