Lun 15.12.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA ELEGIDA, DE ISABEL COIXET, UN FILM QUE CALA HONDO

La fugacidad del amor y el tiempo

› Por Por Leandro Arteaga

La elegida. (Elegy). EE.UU., 2008

Dirección: Isabel Coixet.

Guión: Nicholas Meyer, a partir del libro de Philip Roth.

Fotografía: Jean-Claude Larrieu.

Montaje: Amy E. Duddleston.

Intérpretes: Ben Kingsley, Penélope Cruz, Dennis Hopper, Patricia Clarkson, Peter Sarsgaard.

Duración: 113 minutos.

Salas:Del Siglo, Showcase.

9 (nueve) puntos

Elijo como situación, como punto de partida, aquél movimiento de cámara que nos lleva hacia la figura del profesor David Kepesh (Ben Kingsley), de espaldas, mirando desde su ventana, solitario, más las voces que atraviesan su pensar y lo sitúan en un enclave. La edad se le ha venido encima. El paso del tiempo, parece ser, es ahora más palpable.

Elijo también el nombre que David escribe en el pizarrón de su aula: Roland Barthes. La obra es resultado -nos explica el profesor- de las lecturas que realizamos. El mismo libro, leído en momentos distantes, será diferente. Porque quien cambia es uno, y con uno también la obra.

Entonces pienso lo expuesto respecto del mismo film. Porque lo que veo y pienso es consecuencia de este momento único, ya luego para siempre diferente. Y tengo la sensación de que mientras esto me ocurre también me sobreviene la certeza y necesidad de poder volver una y otra vez a la misma película, donde reencontrarme con lo que ahora me sucede, más diferentes y nuevas circunstancias, todas pasibles de darse cita en el mismo lienzo de pantalla donde se inscribe La elegida.

Como si se tratara, también, de un mismo film que se desprende en sucesivas páginas, con títulos distintos pero mismas temáticas; La elegida es, a la vez, las otras películas de Isabel Coixet, su realizadora: Mi vida sin mí (2003), La vida secreta de las palabras (2005), o el segmento que le correspondiera en films corales como París je t'aime (2006) e Invisibles (2007).

El romance que inicia David con su alumna (Penélope Cruz) será puntal de algo más profundo, más verdadero y misterioso. Porque, tal como decíamos, el tiempo pasa, pero lo que lo acompaña y define es nuestra percepción. Percepción que se altera y modifica, que merced a situaciones posibles -habitualmente negadas- pierde consistencia y nos obliga a redefinirnos, a volver a pensarnos.

El amor es, sin dudas, una de estas posibilidades. Nada se parece a lo habitual cuando nos ocurre. Nada se parece a lo habitual cuando una mala noticia golpea la puerta. Todo se trastoca y desnuda en su ligereza. Y uno no sabe cómo, pero lo cierto es que así es, todo ello convive en la sensibilidad del film de Isabel Coixet, basado aquí en el libro El animal moribundo, de Philip Roth.

Cuáles misterios son los que permiten a la realizadora tal sencillez, tanta ternura, quedarán como interrogantes que nos siguen movilizando hacia su cine. Así como le ocurre a David, atrapado por la mirada de la pintura que admira, maja vestida que quiere desnudar, mirada que le perturba y que trata de desentrañar.

Descorrer este velo es uno de los propósitos -estimo- del film. Desnudar esa esencia que hará que el vínculo creado entre los amantes sea mayor que cualquier otra cosa, para situarlos, por fin y para siempre, en una esfera temporal diferente y única.

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