Miércoles, 26 de agosto de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › MUSICA. HISTóRICO CONCIERTO DE LA ORQUESTA FILARMóNICA DE ISRAEL EN ROSARIO
Dirigida por el hindú Zubin Mehta, la agrupación concretó el lunes el esperado debut en la ciudad. Las sonoridades brillantes, la técnica instrumental y el timbre unificado, como si fuese un solo instrumento, lo hicieron memorable.
Por Marisol Gentile
Orquesta Filarmónica de Israel: 10 puntos
Director: Zubin Mehta
Orgánico instrumental: Orquesta sinfónica (121 integrantes)
Fecha y lugar: Lunes 24 de agosto, Salón Metropolitano de Rosario
Finalmente, el evento tan esperado por los rosarinos llegó: la presentación de la Filarmónica de Israel, una de las más importantes orquestas del mundo, bajo la dirección de Zubin Metha (músico hindú, nacido en Bombay en 1936). Y este día tan ansiado fue doblemente importante para la ciudad, ya que se plasmó en un extraordinario concierto de carácter benéfico, cuya recaudación será destinada a la modernización del Hospital Provincial Centenario de Rosario.
Sin lugar a dudas, un verdadero lujo: fue totalmente deslumbrante el concierto que ofreció este centenar de talentosos solistas (los integrantes de la otrora Orquesta de Palestina), dirigida por el multipremiado y famoso músico indio Zubin Mehta.
Esta orquesta impresionante pisó por primera vez el escenario local, dejando sin duda testimonio que uno de los acontecimientos culturales más importantes y prestigiosos del mundo tuvo lugar aquí: después de setenta y tres años de su creación, con un total de 15 presentaciones en Buenos Aires y una en la capital cordobesa, era ya una deuda obligada el paso de esta prestigiosa agrupación por Rosario.
En efecto, este début local fue parte de una gira latinoamericana que abarca 17 conciertos en distintas ciudades, entre las que se destacan Río de Janeiro, San Pablo, Curitiba, Santiago de Chile, Montevideo, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza.
Al frente de la misma, Zubin Mehta - hijo de quien fuera el primer director y fundador de la Orquesta Sinfónica de Bombay, y que luego continuaría con creces la tradición de su padre- condujo con exquisitez musical y sobrada solvencia técnica un concierto majestuoso, con un programa que incluyó las obras de dos genios alemanes de la música occidental: "Don Juan" y "Till Eulenspiegel" de Richard Strauss en la primera parte y la "Sinfonía Nº 7" de Beethoven en la segunda.
Las sonoridades envolventes y brillantes, la técnica instrumental acabada, la afinación perfecta, el vibrato parejo, el timbre general completamente unificado, como si fuese un solo y gran instrumento, y sobre todo, la increíble gama dinámica (de pianissimos imposibles y sonoridades hiper camarísticas hasta grandes y colosales fortes), fueron los condimentos que hicieron de éste un concierto memorable.
La acertada combinación de las habilidades técnicas y gran musicalidad de sus 121 integrantes, junto con una batuta exacta, sin tropiezos, firme, clara y altamente experimentada de quien fuera designado director vitalicio de la Orquesta desde 1981; este cóctel privilegiado resultó deslumbrante.
Fueron literalmente exquisitas las versiones de los dos poemas sinfónicos de Richard Strauss, aquel niño prodigio, hijo de un cornista de la corte de Munich, un "especialista" en todo lo que sea música descriptiva y dramática (su enorme aportación a la ópera merecería un apartado propio): "Don Juan" (1889) y "Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel" (1895).
Y si bien estas dos obras fueron en su época dos verdaderos éxitos, sin embargo, Strauss fue seriamente cuestionado por su supuesta adherencia al partido nazi, aunque el compositor se encargó muchísimas veces de dejar en claro su lejana responsabilidad con este hecho.
Anécdotas aparte, la orquesta ofreció una performance acabada de las dos obras, transportando a una totalmente hipnotizada audiencia hasta las distintas escenas del multicolor programa de ambas composiciones: por momentos, estas sonoridades perfectas parecían sumergirnos en las diferentes tramas, haciéndonos experimentar la pasión, el dolor y la risa de las situaciones vividas por los protagonistas.
Por su parte, la versión de la Sinfonía Nº 7 de Beethoven fue sencillamente increíble: luego de la conocida introducción lenta que abre la composición, magistralmente subrayaron los ritmos danzables y alegres que predominan en el primer movimiento. Los demás fueron un deleite, hasta llegar a la furia del movimiento final, en donde describieron con precisión la representación de la fiesta del dios Baco.
La interpretación fue un absoluto éxito, ocasionando ovación en la audiencia rosarina (algo asombrosamente comparable a la época de su estreno, allá por el 1813, en donde Beethoven se empecinó en dirigirla, con inusuales buenos resultados por parte de la crítica de esa época, hecho poco habitual en su vida, ya que no era merecedor de la bondad de los medios)
La expresiva versión de esta maravillosa sociedad orquestal se encargó de resaltar los minúsculos detalles que el genio alemán escribió tan minuciosamente durante todo un año de trabajo.
Seguramente, un oyente distraído no podría siquiera suponer la vida atormentada escondida detrás de la partitura: aquella que denotaba la conocida y creciente sordera, que le llevó a Beethoven a plantearse el suicidio, según confirman documentos hallados. Este músico fue el último gran representante del clasicismo vienés y sin dudas el primer romántico.
El hindú Metha dirigió este programa íntegramente de memoria. Así, agregó un condimento más a este concierto, convirtiéndolo en una extraordinaria experiencia auditiva y también visual: la gran musicalidad de cada uno de los integrantes pudo apreciarse además en la postura, en la actitud y en las atentas miradas a su director.
Delicadeza interpretativa y virtuosismo técnico: fue un concierto que llenó ampliamente los espíritus.
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