CULTURA / ESPECTáCULOS › DOCUMENTAL LOS NUEVE PUNTOS DE MI PADRE, DE PABLO ROMANO
El director cuenta lo que ocurrió en su familia a partir del fallecimiento de su progenitor. La pregunta a responder fue hasta dónde uno transita las huellas de generaciones anteriores sin saber. El film transmite gran tensión.
› Por Edgardo Pérez Castillo
Los primeros minutos de Los nueve puntos de mi padre ponen al espectador en una situación incómoda. No sólo por esos prolongados silencios (tantas veces obviados en el cine comercial), sino además por la sensación de intromisión que Pablo Romano le genera al poner a su propia familia en un lugar de protagonismo absoluto frente a la situación que atraviesa todo el documental: la muerte de su padre. Estrenado ayer en el cine El Cairo (donde volverá a presentarse esta tarde a las 18, mañana a las 20.10, el sábado desde las 17.30 y el domingo a partir de las 22.20), el trabajo obtuvo uno de los subsidios a la producción audiovisual del Ministerio de Innovación y Cultura, y fue producido por Digitalburó.
Hay en Los nueve puntos de mi padre algunos elementos que hacen que el documental cobre la tensión propia de una ficción. Sin anticipar esos quiebres, Romano va desarrollando la historia con firmeza, pero respetando los tiempos propios del que recuerda sobre el filo del dolor. Sin embargo, cuando el realizador comenzó a idear el proyecto, eran otros los objetivos. "El documental tuvo varias instancias. La primera fue unos meses después que falleció mi papá: tomé el reloj de su mesa de luz y lo llevé a calle Maipú a cambiarle la pila. Pero no entré a la relojería que siempre iba, seguí de largo y cuando decidí entrar a una, el relojero abrió el reloj y me dijo que él había cambiado esa misma pila en septiembre de 2000, algo que él sabía porque les hace una inscripción particular a las pilas para saber cuánto duran. Ahí me dí cuenta que mi papá había ido ahí. Eso, más la aparición de mi nuevo hermano, me hicieron ver que allí había una historia", relató Romano a este medio.
Y profundizó: "La pregunta que rondaba era hasta dónde uno transita las huellas de las generaciones anteriores sin saberlo. Entonces elaboré un proyecto que presenté en el Doc Buenos Aires en 2004. Entre medio estuve un año en la Academia de Artes y Medios de Colonia, en Alemania, y cuando llevé el proyecto al Doc Buenos Aires tenía que ver con los cambios en la ciudad y la muerte de mi papá. La verdad era muy disperso, muy fragmentario, no estaba nada claro. Y gracias a los productores franceses y al guionista Jorge Goldemberg, que me hicieron preguntas muy acertadas, muy precisas, pude reflexionar sobre el proyecto y tomó otra direccionalidad, que tiene que ver con la herencia, la herencia simbólica, el diálogo con los fantasmas, cómo la gente sigue dialogando con los muertos".
Eligió contar la historia de su padre a partir de los recuerdos, fundamentalmente, de su madre y hermano, explicitando incluso cuando esos recuerdos son difusos. ¿Es una reflexión relacionada con la memoria como algo selectivo?
- Sí, la memoria siempre es selectiva. En todo caso yo me acuerdo, por ejemplo, de un sueño de mi hermano, y él no, porque soy yo el que decide contar la historia. Me parece que pasa por ahí.
Muchas veces se habla de aquello que se entierra junto con el muerto, de lo que queda oculto a partir de la muerte. En este caso se da el proceso inverso: por obra del azar, o el destino, la muerte de su padre trajo aparejada el desenterramiento de situaciones impensadas, como la aparición de un nuevo hermano.
- Son los secretos familiares... Me parece que la película pasa un poco también por cómo cada familia construye sus mitos familiares y se entreteje la trama familiar, cómo circulan las cosas dentro de la familia.
- En ningún momento usted hace una evaluación moral sobre su padre, en todo caso es el espectador el que puede llegar a juzgar.
- Sí, porque la verdad nunca la hice y no me interesa. En todo caso te diría que lo que siempre me interesa en los documentales, aunque no me animaría a decirlo así, es casi una mirada antropológica. Nunca me interesa hacer una evaluación moral de las cosas, nunca me lo plantee personalmente. Me parece que, si hiciera una evaluación moral en la película, la película estaría muerta, no tendría sentido hacerla.
- El documental, sobre todo en sus primeros minutos, respeta los silencios, algo que no abunda en el cine y suele incomodar. Pero, por otra parte, cierta sensación de incomodidad se da cuando, como espectador, uno descubre que está ingresando a un terreno sumamente personal, en la intimidad de su familia. ¿Con esas decisiones buscó que el espectador se corriera de un lugar de comodidad?
- La verdad que no. Me propuse contar esta historia porque vi que había un cuento para contar. No hubo algo preparado en los diálogos, se iban dando en base a lo que iba sucediendo. Después sí creo que hay una deliberación en el montaje, donde decidí dejar algunos planos largos, porque me parecía que de ahí salía una verdad que no tiene que ver con lo que se dice sino con un estado de ánimo, con un momento. Hay una deliberación en cómo construí la película, pero en el rodaje, es más, no tenía la menor idea de dónde iba a ir cada cosa.
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