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Lunes, 18 de octubre de 2010

CULTURA / ESPECTáCULOS

Profecías desde un mundo caído

 Por  Leandro Arteaga

Un profeta

Francia/Italia, 2009

Dirección: Jacques Audiard.

Guión: Abdel Raouf Dafri, Nicolas Peufaillit, Thomas Bidegain, Jacques Audiard.

Música: Alexandre Desplat.

Intérpretes: Tahar Rahim, Niels Arestrup.

Sólo disponible en DVD

8 (ocho) puntos


Es una pena que se reitera la de tantos títulos que no conocen exhibición comercial, aún cuando podría haberse augurado lo contrario. Tal es el caso de Un profeta, último film del francés Jacques Audiard (El latido de mi corazón, Lee mis labios), que arrasara con los premios César del último año, ganara el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes, y obtuviese su nominación al Oscar en el rubro Película Extranjera.

Un profeta traza el recorrido penal de un convicto árabe en suelo francés. Malik El Djebena (soberbiamente interpretado por Tahar Rahim) es bisagra de un submundo corrompido, que conoce reglas alternas, solapadas por el manto social y policíaco. Anclaje entre sí -su soledad y los corsos, quienes lideran a través de César Luciani (Niels Arestrup) el mundo carcelario. Un ir y venir de directivas que desnudan, de a poco, el funcionar hipócrita muros para adentro.

Por un lado, Un profeta es no lugar asignado a los inmigrantes en territorio francés. La sociedad negada y reencontrada en la cárcel. Es en este sentido que algún discurso de Nicolas Sarkozy dejará escucharse, suficientemente, de boca de una periodista televisiva. Por otro lado, el micro mundo carcelario es parábola de segregación étnica, que recuerda situaciones similares a las que ya expusiera el realizador norteamericano Spike Lee en películas como Fiebre de amor y locura (1991) o la notable Haz lo correcto (1989). Es así que la marginación no sólo es asumida sino también practicada entre los mismos segregados.

Por ende, Un profeta es un film violento. No puede ser de otra manera. Malik buscará -si bien, obligadamente la protección de César. Un bautismo brutal será el portal de ingreso. A partir de allí, más obediencia y sumisión, mientras Malik obtiene, entre insultos y humillación, salidas diarias y un plan personal que irá cobrando forma de manera gradual.

Es esta gradación la que Audiard maneja tan hábilmente, porque es allí donde radica el entramado argumental y su narración. El espectador podrá hilvanar de forma paulatina, durante los 155 minutos del film, el proceder de Malik: ¿Hacia dónde se dirige? ¿Sus insultos son reacciones de impotencia o juramentos? ¿Alucina o predice?

Allí el vínculo con el título del film, semblanza árabe en la que las visiones confluyen en una supuesta predestinación. Malik como traidor en uno y otro bando, como gestor de delirios místicos que no sabe muy bien qué significan o si realmente los soñó o si solo los recordó como simples déjà vu.

Poca importancia tiene lo cierto de todo esto, siempre y cuando funcione como entramado de fe, como raigambre que unifique y perpetúe lo mismo de siempre, sistémicamente, en una cárcel que opera como engranaje sustancial de una sociedad igual de corrupta.

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