Lunes, 10 de abril de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA FABULA TAN FUTURISTA COMO CONTEMPORANEA
Por Leandro Arteaga
V DE VENGANZA 8 puntos
EEUU/Alemania, 2005
Dirección: James McTeigue
Guión: Andy y Larry Wachowski, a partir de la historieta ilustrada por David Lloyd.
Fotografía: Adrian Biddle
Música: Dario Marianelli
Montaje: Martín Walsh
Intérpretes: Natalie Portman, Hugo Weaving, Stephen Rea, Stephen Fry, John Hurt, Tim PigottSmith, Rupert Graves.
Duración: 132 minutos
Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.
Desde las reminiscencias a Guy Fawkes, quien verdaderamente estuvo a punto de hacer volar por los aires al Parlamento inglés en 1605, junto con la mezcla combustible de un héroe de Dumas, más el romanticismo del Fantasma de la Opera, V ríe de modo perpetuo desde la burla de su máscara. Este "héroe" emergente de una sociedad totalitaria y xenófoba, surge como su contracara, como su más temido desorden, desde el mismo principio de acción/reacción que las palabras de V se preocupan por explicar.
Es Evey (Natalie Portman) quien nos llevará a la guarida subterránea de V, para atravesar junto con ella un periplo de iniciación, mientras la imagen mediática del Alto Canciller (John Hurt) prolifera desde prédicas violentas y policiales. La Inglaterra de V es la del toque de queda, la de los noticieros tendenciosos, la de la Iglesia cómplice; mientras que el escondite del enmascarado es un refugio para los libros, la música y las películas. Su escalada terrorista tendrá su climax, que V anuncia para el 5 de noviembre en la Londres de 2020. El Parlamento, entonces, deberá estallar para completar la tarea inconclusa de Fawkes.
Alan Moore, escritor de la historieta original -ausente, por decisión, en los créditos del film supo decir en un prefacio del comic (publicado en los `80), que Inglaterra no era un lugar en el que él quisiese seguir viviendo. Y tradujo en forma de viñetas su aseveración, a través de un clima lúgubre, alejado de efectismos narrativos o de esteticismos. En este sentido, el film pierde sustento cuando se detiene en las piruetas y acrobacias de V, o en su destreza en el uso de los cuchillos. Pero el interés de V de Venganza no pasa por allí, sino por un planteo más profundo, cuando los efectos digitales se vuelven ausentes y cuando V comienza a dar rienda suelta a su verborragia de artista y de espadachín.
El desenlace, tal vez, es demasiado "estético" y coreográfico, pero lo que ocurre no deja de llamar nuestra atención, mientras disfrutamos de fuegos que, por una vez, no son artificiales. La máscara de V -o la espada del Conde de Montecristo, persiste entonces como herencia final.
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