Sábado, 3 de septiembre de 2011 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › TEATRO. DEGUSTACIóN DE TITUS ANDRONICUS DE LA FURA DELS BAUS
Por Aimé Peira
Degustación de Titus Andronicus no derrocha tripas. Los espectadores, sedientos en Rosario, esperaban más. Esa sensación de falta es lo que la obra deja, y vale reflexionar ¿por qué?
La fura dels Baus recrea la tragedia shakesperiana Titus Andronicus con muchísimos elementos del (llamado por ellos mismos) "espectáculo de lenguaje furero". Todos los recursos utilizados -tecnológicos, móviles, sonoros, orgánicos, gastronómicos- hacen del espacio un lugar en constante movimiento y cambio, sumamente interactivo. Las pantallas que delimitan la sala funcionan como continuidad de la acción o del mismo espacio, proyectando personajes secundarios, sombras, ejércitos o paisajes. Pero también son fundamentales para generar el shock en los espectadores.
En el segundo acto y de manera inesperada, el público interactúa con respuestas físicas al violento despliegue escénico montado en la totalidad de la sala. Nada ni nadie escapa a formar parte de un simulacro de arcade bizarro, que sirve de excusa para ubicar la escena de cacería. El efecto que se genera es destacable, quizás lo más impactante en materia sorpresa.
En otro sentido, mucho más interior, está el shock que hiere lo sensible, al servicio del intencionado contraste que marca el carácter de la obra. Chorizos, carne, y un pollo en plena preparación no son imágenes fáciles de digerir ante los gritos de horror de asesinatos, violaciones y mutilaciones. Pero sí son pasos necesarios para que los espectadores puedan llegar de modo no tan abrupto al punto clave de la obra, en donde radica la macabra intención de Degustación de Titus Andronicus: acercar, de manera ficcional, la experiencia antropófaga a un público que, quisiera asumir, no practica el canibalismo.
Y es en esa intención en donde tiene más sentido detenerse. Porque al relacionar lo que uno cree que le falta a la obra, con el sentido de jugar a ver o experimentar la antropofagia, se presenta un problema que logra resolverse en sí mismo.
La gente se queda con ganas de más. La crítica en general apunta a éso: más horror, más sangre, más tripas. El gore queda como la fantasía que se alimenta desde que se hace la fila para entrar a la sala, y se desvanece al salir, con la sensación de tener las manos vacías de vísceras y sangre.
No es fácil conjugar un teatro cada vez más volcado a incluir un nuevo público con lo más salvaje y espantoso de Titus Andronicus, es cierto. Pero algo queda. Y es porque la pulsión de destrucción puede retratarse de distintas formas.
En este caso, la representación queda ligada a una reflexión personal que probablemente no sea la misma en todos, ya que depende de cuánto se niegue aquella pulsión. Es que no se elige retratar el sentido oscuro de la obra explotando todos los recursos del gore, con tripas voladoras, manguereando sangre por doquier.
Una obra como Titus Andronicus, apenas representada por Shakespeare, sin mayores méritos, hecha a un lado por gran parte de la crítica, que no explota ninguna subjetividad, y muestra el caos de la naturaleza de manera superficial, puede tener en el teatro la salida fácil y sangrienta que esperamos al ver Degustación. O una más reflexiva. Este segundo sentido es el que llega a lograr La fura.
Respetando la trama e innovando en lo perceptivo, experimental y estético, logra darle lugar a la subjetividad, pero no desde los personajes, sino desde los espectadores. El proceso de recepción puede ser desigual, y lograr el cometido no resulta sencillo, pero supera el goce estético. Porque lo terrible es pensar por qué queda lo que queda, por qué exigimos más. Y eso nos acerca a lo más trágico de nuestra esencia.
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