Lunes, 7 de mayo de 2012 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › "EL PRECIO" DE ARTHUR MILLER, SEGúN LA VERSIóN QUE SE PUDO VER EN EL TEATRO ASTENGO.
La obra del genial autor norteamericano pone en situación de ajuste de cuentas entre los tres miembros de una familia aquello que se ha silenciado y lo que se ha enmascarado. Los celos y envidias profundas.
Por Emilio A. Bellon
Con el estreno de "Todos eran mis hijos en 1947" -pieza teatral por la que recibe el Gran Premio de la Crítica en New York- Arthur Miller comienza a ser reconocido como uno de los nuevos talentos de la corriente del realismo teatral junto a otro eximio nombre: Tennessee Williams. Para esa altura ya había presentado libretos radiales, obras breves y una novela, "Focus", en 1945. De aquí en más su trayectoria, que alcanza momentos de participación no sólo en el campo teatral, define toda una actitud. Un comportamiento y una coherencia de un intelectual comprometido en el sentido integral del término.
Dos funciones en la sala del Teatro Astengo el pasado fin de semana, permitieron recuperar algunos aspectos de la obra del tan representativo autor. Tanto en "El Precio" dada a conocer en el 1968 como en "La muerte de un viajante", estrenada en el 1949, y llevada al cine en dos oportunidades, Miller nos permite acceder -a partir de ingresar a un espacio de un grupo familiar- a los pliegues más engañosos del "sueño americano". En el caso de "La muerte de un viajante" la situación precipita en tragedia y en la obra que se representó hace sólo una semana y contados días se resuelve en alejamientos y en una burda y farsesca carcajada.
Como tantas obras que se representan en Capital, espacio teatral y cinematográfico por excelencia, abierto a múltiples propuestas, "El Precio" era una de las obras que más esperábamos. Ciertamente, la autoría de Arthur Miller, en relación con otros títulos, entre ellos "Las Brujas del Salem" que se presentó hace ya algunos años en el espacio de "El Círculo" con un eximio Alfredo Alcón, y ya más cercano en el tiempo componiendo al Willy Loman de "La muerte de un viajante" junto a Diego Peretti y María Onetto, como asimismo la dirección de Helena Tritek, ya desde el inicio despertaban esas expectativas que llevaban a revivir los gloriosos años de las carteleras teatrales. Màs aún, algunos nombres de la plana actoral, hoy figuras por igual de programas televisivos, despiertan por igual admiración, pero también, ciertas dudas.
De manera frontal, el espacio escénico nos ubica frente a un sótano poblado de objetos: muebles, lámparas, un viejo fonógrafo, cuadros, candelabros, manteles; todo, allí, está devorado por la humedad y el paso del tiempo. Y lo que se impone es vaciar ese espacio. El momento, las presiones, los viejos edificios comienzan a ceder a los nuevos. En ese espacio olvidado, un hombre, un guardia de seguridad, y su mujer, esperan la llegada de un tasador. Y también la de la del hermano de él, ahora, un prestigioso, famoso cirujano.
En "El Precio", Arthur Miller pondrá en juego y en situación de ajuste de cuentas entre los tres miembros de la familia aquello que se ha silenciado y lo que se ha enmascarado, las mentiras piadosas y los falsos pretextos, los renunciamientos, los celos y envidias, las imposibilidades. Los cuatros personajes orquestarán un conjunto de voces en un espacio cerrado que estará marcado por enfrentamientos, gestos irónicos, intentos de acercamientos, logrando un microclima que, particularmente sostienen actuaciones, desde mi punto de vista, como las que logran Pepe Soriano, el viejo tasador, que tiene esa capacidad de leer metafóricamente entre líneas, desde su personaje, lo que se plantea allí, y el que compone Antonio Grimau, quien logra pasar por diferentes gradaciones y matices, quien se muestra de una manera al principio, para luego expresar desde su propio comportamiento escénico el derrumbe de todo un montaje familiar. La pareja protagónica, que revivió a la Martha y George de Albee, personajes tan humanos y tan patéticos de "¿Quién le teme a Virginia Woolf?", llevados al cine por E. Taylor y R. Burton de manera admirables; continúo, ellos, el matrimonio, interpretados por Selva Aleman y Arturo Puig presentan, desde mi parecer, un modo interpretativo que descompensa la fuerza que el texto propone. En el caso de Puig, la extrema impostura, marcadamente declamatoria desde el arranque, con subrayados que alcanzan un tono académico y retórico; respecto de su pareja, un medio tono, que en tal caso, sí, si bien deja más afuera a su marido, en la escena, se acerca más a los otros.
No obstante estas personales y particulares consideraciones, que alcanzan a un aspecto de lo interpretativo y que en el caso de este actor, Arturo Puig, exitoso en programas televisivos ya había compuesto al Eddie Carbone de "Panorama desde el puente" del mismo Miller en el 2004, bajo la dirección de Luciano Suardi, haber podido participar de esta representación ha sido toda una gran experiencia. Porque ciertamente, el nombre de Arthur Miller nos lleva a recuperar, por igual, a ese perfil de intelectual que tuvo un posicionamiento crítico en tiempos amenazantes, como el de los años del maccarthismo y al mismo tiempo como el gran conocedor de esa oficio, el teatro, con la lectura y visión de los clásicos, desde los días de su infancias, que transcurrieron en Harlem y Brooklyn.
En uno de los primeros momentos de "El Precio" , el matrimonio integrado por Esther y Víctor hablan de ir al cine. Y es el cine uno de los grandes móviles en la vida de Arthur Miller. La lectura de su autobiografía "Vueltas al tiempo" da cuenta de ello, de su admiración por Chaplin, Fatty Arbuckle y Tom Mix, de sus juegos paródicos con los westerns y el cine de gangsters, de las comparaciones que hacía de situaciones fílmicas con las de la vida cotidiana, de su labor como guionista junto a talentosos realizadores, Karel Reisz, John Huston, Luigi Zampa, Elia Kazan. Miller se sentía fascinado por los films de Fritz Lang, subrayando "su tensión directriz" y exaltaba en "El testamento del Dr. Mabuse", esa "fuerza que ya forma parte de mi propio tejido onírico". En su viaje a Italia descubrió, con gran asombro, el trabajo artesanal de los que abrían ese capítulo de esperanza con el Neorrealismo. Y estuvo, un tiempo, junto a ellos.
Tiempos después entre los ensayos y los sets de filmación, conocería a Marilyn. Y este es un capítulo que aún no se ha terminado de escribir.
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