Miércoles, 4 de julio de 2012 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. NADA QUE VER, CUENTOS DE ESCRITORAS ROSARINAS
Impulsada por las editoriales cordobesas Recovecos y Caballo Negro, en la antología coexisten narradoras de oficio y trayectoria con algunas casi inéditas, todas jóvenes aunque no necesariamente emergentes. Se presentará este viernes.
Por Beatriz Vignoli
El viernes, a las 19, en el auditorio de Sarmiento 763 se presentará Nada que ver, una antología recién salida de la imprenta que incluye cuentos de catorce escritoras rosarinas, reunidos en 180 páginas por dos editoriales de la ciudad de Córdoba: Recovecos y Caballo Negro, los sellos de Carlos Ferreyra y Alejo Carbonell, quienes convocaron a las autoras y realizaron un intenso trabajo (ida y vuelta) de edición.
En la antología coexisten narradoras de oficio y trayectoria con algunas casi inéditas, todas jóvenes aunque no necesariamente "emergentes"; por el contrario, algunas ya están afianzadas en su reconocimiento, al menos en lo local, y la calidad de sus trabajos hace lamentar el poco espacio que ofrece la ciudad para su desarrollo y difusión. Incluso algunas, como Mercedes Gómez (UNR, ex editora de la revista Viajeros de la Underwood y del sello editorial Junco y Capulí), han tenido que inventarse esos efímeros lugares a compartir.
El libro se abre con una ácida estampa urbana de Laura Oriato (1984), continúa con una fantasía paródica de Irina Garbatzky (1980) y sigue con una ficción autobiográfica de Ivana Romero (1976). Fogueada en la crónica periodística literaria en varios medios, Romero vivió en Firmat, estudió en Rosario y trabaja en Buenos Aires, donde reside y donde ambienta un recuento de acciones mínimas con una mirada precisa. Garbatzky se ha destacado por su obra como poeta y crítica literaria.
Como caras de un prisma o un Galeano en ácido estallan los poéticos minicuentos de Celeste Galiano (1975). Verónica Laurino (1967) profundiza los temas desarrollados en una novela inédita, seduciendo una vez más con la figura de una mujer que se comunica con la naturaleza mejor que con los humanos; Mayra Rodríguez (1976) reescribe la tragedia griega en una casa de fin de semana, Laura Frucella recapitula un amable linaje de excéntricos inmigrantes y María Laura Isaia (1974) sugiere el horror en lo familiar en un relato tan cargado de significaciones entre líneas como un poema o un análisis.
A partir de la poesía narrativa, Carolina Musa (1975) convierte un viaje aburrido en una reflexión sobre la escritura; una vacilación ante el guardarropa adquiere colores reivindicativos en Manuela Suárez (1982), y una sólida poeta, Mercedes Gómez de la Cruz (1974), pilotea con solvencia un dueto de monólogos interiores donde las palabras de la calle y de la cama dicen todo lo que usted siempre quiso saber sobre las diferencias de género y nunca se atrevió a preguntar.
Incluso con esta riqueza de talento femenino local, Natalia Massei (1979) fue la única mujer que participó en la antología Rosario: Ficciones para una nueva narrativa (2012), compilada y prologada por Carolina Rolle. Aquí se presenta como una diletante confundida que se monta en la guía y las palabras de otros, y el resultado es un relato de tal maestría que desmiente esa fragilidad. Amanda Poliester (María Laura Martínez, 1968) obtuvo hace dos años el segundo premio en el concurso municipal Manuel Musto con Patas de rana (EMR, 2010), una novela sobre las comunidades de afectos que se adhieren o desintegran y el agua como símbolo de esa ambivalencia, obsesión que recurre en su cuento "Olor a nube", sin duda el de mayor oficio literario del libro.
Finalmente Lorena Aguado (1974) escribe una escena navideña familiar de posguerra que parece salida del cine realista británico. El realismo sucio es una influencia predominante, dato atribuible a la gravitación del taller de Marcelo Scalona como instancia de formación de muchas de estas autoras. Los antecedentes de un libro de este tipo pueden buscarse en Dora narra (2010), la antología de narradoras cordobesas que publicaron Recovecos y Caballo Negro, y en Una terraza propia (Norma, 2006), antología de autoras argentinas compilada por Florencia Abbate. Una vez más, la idea de Virginia Woolf de la escritura de las escritoras como "un cuarto propio" tiene su vigencia.
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