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Domingo, 21 de mayo de 2006

CULTURA / ESPECTáCULOS › "CUANDO GARDEL CANTABA EN FRANCES", DE LILIANA GIOIA

El dolor de "hacer la Europa"

Con el fondo de la impactante voz de Gardel cantando en francés,
se estructura una puesta sobre el desarraigo de quienes dejaron
la Argentina para emigrar a Europa, el exilio más contemporáneo.

 Por Julio Cejas

Si hay algo que ha caracterizado a Liliana Gioia, más allá del humor y la capacidad histriónica que ha cimentado a lo largo de toda su trayectoria, es su mirada genuinamente rosarina y la defensa consecuente de los íconos más sentidos de esta ciudad. Desde ese lugar, la autora y directora de Cuando Gardel cantaba en francés va a trabajar una problemática que ha encarnado en los últimos años en gran parte de la literatura y las artes escénicas argentinas: el desesperado exilio de los que se van del país en busca de un horizonte más esperanzador. De allí la importancia de situar en un momento histórico traumático para el país, como el año 2001, la historia personal de Alberto y Felicia, una relación emblemática que atravesó a tantos protagonistas desgarrándolos entre la duda de la partida o la confinación al exilio interno.

Es una constante en la historia argentina, ese "crisol de razas" que empujó las naves de tantos inmigrantes que soñaban con venir a "hacer la América" y que forjó una identidad fragmentada que gotea en la nostalgia del tango. Y si es cierto aquel dicho que proclama que "los argentinos venimos de los barcos", también es cierto que esos barcos nunca se detuvieron definitivamente y que ante cualquier cataclismo interno, las anclas volvían a elevarse para dejar partir a los que soñaban con "hacer la Europa". Y en medio de esos viajes, el amor naufragando en la espera de los que se quedaron y en la angustia de los que no pueden o no saben volver, detrás esta la historia de los que sobreviven por arraigo o por resolver los problemas económicos.

En primer plano siempre está el amor, sin el cual no se puede afincar bajo ningún cielo, aún el más promisorio, aún el de la promesa del triunfo y el reconocimiento. Nada de esto tiene sentido si no hay una mirada en la que reflejarse, como dice Alberto en alguno de sus permanentes desgarros.

Cuánto del Cortázar de Rayuela sobrevuela en este último encuentro en un pequeño departamento de París, donde Alberto agasaja a Felicia con una cena donde se irán mezclando los sabores agridulces de un reencuentro fallido.

Los famosos fetiches del exilio que los argentinos tanto evocan: el dulce de leche,los alfajores santafesinos, la camiseta de Central; serán algunos de los bocados que Felicia aporte a esta mesa para devolverle a ese amor perdido los sabores y los olores de una ciudad en la que se conocieron y que sigue latiendo con la misma fuerza que las campanas de la iglesia de Sacré Coeur. Pero esas campanadas que son el cable a tierra de Alberto, que le recuerdan que no está en algun barrio de su añorado Rosario, sino en la glamorosa París, se transformarán en el recurso escénico más potente para plantear la imposibilidad de dos seres que no saben cómo recomponer un amor del que huyen y vuelven como náufragos.

Los reproches de la pareja serán las argumentaciones tristemente conocidas que se hicieron y se siguen haciendo los que se fueron y los que se quedaron.

Un sociólogo que renuncia a su carrera para terminar como parrillero en un restaurante parisino, una mujer que se conforma remando en las aguas de un país destruido por no poder abandonar sus raíces. Toda una postal que retrata los vaivenes de una "argentinidad al palo", mientras la voz de Gardel cantando en francés trata de reafirmar aquello tan mentado de "nadie es profeta en su tierra".

La puesta en escena enmarcada por un atractivo diseño escenográfico, diseñado por María Elena Rebacante, ambienta sugestivamente el espacio en el que se desarolla esta historia protagonizada acertadamente por Mariano Raimondi y Sonia Lüdi. El final tantas veces anunciado se prolonga con exceso, haciendo morosa una resolución que reitera ciertos planteamientos sin ahondar en una resolución de mayor efectividad. En todo momento el sello inconfundible de Liliana Gioia aparece con chispazos de su reconocido humor, subrayando su firme adhesión estética con el grotesco teatral.

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Liliana Gioia vuelve a mostrar su capacidad histriónica en varios pasajes de la obra. Puede verse todos los viernes de mayo a las 21 en la sala de la Cooperación, Urquiza 1539.
 
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