Miércoles, 16 de enero de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. EL CONFíN DE LOS SONIDOS (2012) DE CARLOS PICCIONI
Radicado en Rosario desde los 60, Piccioni es un gran poeta, seguramente uno de los mejores autores de poesía vivos de la región
Por Beatriz Vignoli
Entre la generosa producción literaria local del año 2012, sería imperdonable dejar pasar por alto el nuevo libro de un poeta notable: Carlos Piccioni (Tostado, provincia de Santa Fe, 1945), autor de El confín de los sonidos, que el año pasado publicó la editorial rosarina Ciudad Gótica. Radicado en Rosario desde fines de los años 60, Piccioni obtuvo en 1987 el Premio José Pedroni por El sueño de las lluvias (La Cachimba, 1984) y en 2000 el Primer Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana por Desde el agua y el aire (EMR, 2000). Colaboró en la revista El lagrimal trifurca y perteneció al grupo La Cachimba. Publicó además los libros de poemas Las palabras de todos (1981) y Paisaje (1983). En El confín de los sonidos, como siempre, reúne algunos poemas excelentes, de aquellos de buena factura y oficio acrisolado que a veces tanto se extrañan. También pone un puñadito de flores domésticas, arrancadas bajo la presión de una dolorosa circunstancia personal: apuntes rápidos que buscan su forma y la encuentran cuando los contiene la conmemoración, en "Cumpleaños de Elba", o en ese humilde reencuentro con la dicha que se expresa en "Amarilla"; recién allí la voz del poeta recobra su "angustia serena".
Piccioni no es un poeta de la desesperación. Es, sí, un gran poeta, seguramente uno de los mejores autores de poesía vivos de la región. Que de su decisión de dejar ver algunos pétalos funerarios demasiado frescos se tome la prologuista Graciela Cariello para disculpar por anticipado las complejidades de la enunciación lírica ("no es de un sujeto que habla la poesía, aunque el sujeto se desangre en ella: es de la humanidad") delata ciertas pujas de poder que vistas desde afuera resultan absurdas. "La humanidad y su rabiosa sombra,/ permítase al poema", escribe Piccioni ("Allá abajo"), y en la austera cadencia clásica de su poesía resulta difícil saber (e irrelevante pretender saberlo, apuntarían con su linterna de inspector de aduana los académicos de la Escuela de Letras) si lo escribió con fastidio.
Que se vea obligado a tener que aceptar que se lo requise para ver qué lleva, mientras se les explica a los lectores que el problema no es lo que lleve, sino cuán verdadero sea para él lo que lleva (lo que porta de sí en el poema), es una humillación totalitaria que debió serle ahorrada a quien es capaz de dar esta clase magistral de sociología de la comunicación en tan sólo ocho líneas: "A veces, sueño, que entrego/ al lector,/ esa línea/ que él subraya/ conmovido,/ porque la siente cercana/ a los latidos de su corazón/ y al aullido de su inteligencia". El poema se titula "Esa línea" y antecede a "Fragancias", donde el poeta recurre a la astucia de fingir que no sabe el nombre del delito del cual se lo acusa. "Cómo se llama/ el poema que habla/ del poema// y que dice del poeta/ unas pocas palabras// solo para inquirirle sobre/ sus fragancias// brumosas y obstinadas".
La poesía de Piccioni siempre dialoga con alguien. Por eso es que no pudo (o no quiso) publicar un solo verso en aquellos años en que "fue ley la noche", como lo resume en su primera composición de la serie "Arco y Flecha", incluida en Desde el agua y el aire. Sus interlocutores son presentados a través de dedicatorias, epígrafes y menciones: "lo que rige/ la paciencia en Padeletti", dice Piccioni en el primero de los poemas citados, "Allá abajo", dedicado a Pedro Bollea y cuyo título surge de unos versos de Valerio Magrelli.
A Ricardo Herrera le dedica el siguiente poema, donde se pone a explorar sonoridades: "Tabaco de mascar,/ decía,/ de chicar,/ de chala,/ en hoja, misionero./ Tabaco en cuerda". No es difícil imaginar (detrás, antes) las conversaciones, las charlas de dos voces tanteando los sonidos. Y Piccioni dialoga hasta con su propia obra, como en este alegato: "Yo soy/ en la poesía, por ejemplo/ en los poemas/ sobre El arco y la flecha, el que dispara,/ apenas". ¿Era necesario? Pero en la segunda estrofa retoma altura: "El que/ tantea en el paisaje humano,/ la oscuridad/ el aura/ la majestad de lo viviente".
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