Lunes, 26 de junio de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UN FILM DE PAUSAS Y SILENCIOS, CONTADO A MEDIA VOZ
Como ya lo había hecho con un episodio de "18-J" Alberto Lecchi
vuelve al norte argentino para contar una historia que brilla por
lo despojada, recurso que por contraste le da brillo a la historia.
Por Emilio Bellon
UNA ESTRELLA Y DOS CAFÉS 8 puntos
Argentina - España, 2006.
Dirección: Alberto Lecchi.
Guión: Daniel García Molt y Alberto Lecchi.
Fotografía: Hugo Colace
Música: Tukuta y Lucas Gordillo.
Intérpretes: Gaston Pauls, Marina Vilte, Ariadna Gil, Faustín Flores, Rosa Raina, Silvia Gallegos, Rubén Fleita.
Pensada desde el título alternativo, La estrella y la niña, nombre que por otra parte nos remite al nombre propio de la joven adolescente protagónica, Estela, este film del director de Perdido por perdido y de Nueces para el amor se va dibujando como una de aquellas historias mínimas, entre tantas historias de vida, que caracteriza el cine de Carlos Sorín. O bien, se podría pensar, como un relato que parte de uno de los capítulos de otro de los films de Alberto Lecchi, quien ya había elegido contar otro episodio, allá en Jujuy, en uno de los notables episodios del film colectivo 18-J referido al caso AMIA, aún sin resolución judicial.
Desde el tono de una fábula, que incluye momentos de particular irrealismo, como los que se juegan en el casi lunar desierto salino vecino a Purmamarca, Una estrella y dos cafés es un film contado a media voz, que recupera pausas y silencios, como si de una conversación en torno a una mesa de bar se tratara. Desde la figura de un hombre recién llegado, un arquitecto, que arriba a ese lugar para proyectar un complejo habitacional y desde un cruce con una joven lugareña, que transita entre la niñez y la adolescencia, el film de Lecchi va proponiendo una historia de aprendizaje, entre ambos protagonistas, espacio que de ninguna manera excluye a sus otros habitantes, que se presentan ante nosotros desde una composición cercana al neorrealismo.
A más de 2000 metros sobre el nivel del mar, el pueblo de Purmamarca ofrece un escenario que el espectador puede transitar desde la mirada casi detenida en una suerte de espacio de inocencia; desde la mirada de Estela, quien asiste con asombro a sus propios cambios emocionales, desde un discurso que fluye con ternura y que se filtra en lo más íntimo de nosotros.
A partir de un despojo en la composición de cada encuadre, en donde parece suspenderse todo desde el horizonte de piedra que orilla la vida cotidiana, Una estrella y dos cafés abre a otros espacios hacia aquellos que una mirada profunda alcanza, imagina, sueña. Y en el transcurrir de una vida cotidiana, sin sobresaltos, cada palabra se siente como una presencia que corporiza a la misma acción. Historia de a dos, que pronto será de a tres, el film guionado por García Molt y Lecchi es una reflexión sobre nuestra existencia y es un apunte sobre nuestras miradas.
Sin moralejas, como cierto cine argentino lo pretende, Una estrella y dos cafés va redescubriendo un escenario de gestos, de interrogantes, de la misma manera en que la joven Estela ve aparecer ante sus velados ojos por una tristeza de tiempos lejanos, la constelación de Orión. El mismo relato sigue un curso que ralentiza nuestro propio vértigo, sostenido por una banda sonora que deja hablar con voz propia a los latentes y enamorados decires de las quenas.
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