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Miércoles, 19 de febrero de 2014

CULTURA / ESPECTáCULOS › SHOPPING, DE G. LENARDóN

Novela notable

Uno de los libros notables publicados el año pasado en Rosario es Shopping (2013, editorial Fundación Ross), la cuarta novela de la escritora, editora y crítica rosarina Gloria Lenardón. Escrita con una prosa fluida y certera, la novela es en realidad un montaje de viñetas recurrentes donde la protagonista queda atrapada como en un loop sin salida. Oscilando entre la depresión y la euforia, monologando en plan corriente de conciencia en un lenguaje coloquial singular, la narradora protagonista no consigue extraer ya ninguna razón de ser de las rutinas modestas que aún constituyen su vida: una vida donde la emoción máxima es llegar del trabajo, acariciar a la gata y tomarse una cerveza. El lector se va enterando por indicios de que es una mujer sola, divorciada, cuyo ex marido acaba de tener un hijo con su nueva pareja; a causa del bebé, es dejada de lado por su único hijo. Ella maneja un Renault 12, lo único que le queda de su matrimonio.

Pero: "Al shopping no me lo pierdo". Si en A corta distancia (Sudamericana, 1994) el espacio festivo colectivo donde todo confluía era el carnaval, aquí el ámbito central es el del centro comercial. Una primera descripción realista, más próxima a la crónica urbana, va cediendo lugar al shopping como el espacio de lo maravilloso: un lugar mítico y radiante como los palacios de Las Mil y Una Noches, donde no existe ningún límite, ni de escala ni de tiempo. Lenardón parece hacer por momentos un uso irónico de esta utopía de abundancia, mostrando la explotación que la sostiene sin hablar de ella más que oblicuamente (los empleados del shopping son incansables, como los "umpa lumpas" de aquel clásico infantil, Charlie y la fábrica de chocolates), pero lo que prevalece es la hipérbole por la hipérbole misma, el placer del consumo representado como un laberinto infinito hasta lo infernal.

Nadie duerme, ella tampoco. La desmesura de los tiempos y espacios, en el shopping de Shopping, se desliza sutilmente entre el sueño y la pesadilla, coqueteando con lo inverosímil sin caer en el dramatismo. La ausencia de énfasis y la continuidad de todo con todo, en un relato que es como una cinta de Moebius, fascinan: hay ecos tanto de El castillo de Kafka como del Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. La sensación es que todo transcurre en una noche interminable.

Lo mejor son los momentos de verdad interior de la protagonista, sus recuerdos, sus epifanías ancladas en el pasado: "Al final cantábamos los tres, cantábamos alguna canción que inventábamos, perdíamos el hilo de la conversación pero cantábamos, para chillar alegres los tres no nos hacía falta mucho". En el shopping, en cambio, le sobran mercancías pero ninguna colma el vacío del amor faltante.

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