La Maestría en Tecnología y Estética de las Artes Electrónicas de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Buenos Aires) "se plantea como un espacio de intercambio e interconexión de conocimientos", dijo alguna vez su directora, Mariela Yeregui. Eso fue en 2011, con motivo de la primera muestra al público (en el encuentro de arte y tecnología FASE3, en el Centro Cultural Recoleta) de los "prototipos semestrales" de sus primeros tesistas, tras los dos años transcurridos desde su fundación.

Ahora, hasta el 3 de agosto, en el Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" (Bulevar Oroño y Avenida Pellegrini) es posible interactuar y sorprenderse con la muestra Mecánicas de Pensamiento. Obras en proceso, que con curaduría de Jazmín Adler reúne once de estas tesis.

El feedback de receptores externos a la UNTreF es de vital importancia para evaluar la calidad de estas producciones, que son pensadas como obras abiertas, en proceso e interactivas, es decir que se completan con la participación del público. La maestría cuenta en su comité académico a Rodrigo Alonso y entre su Consejo Académico Honorífico a Graciela Taquini, pionera del videoarte y las artes electrónicas en la Argentina. Si bien es cierto que toda contemplación de una obra de arte es, de algún modo, activa (hay que organizar intelectualmente los datos sensibles para acceder al sentido), acá se le pide algo más al espectador: que colabore, que tire papelitos. La proyección de retratos de desaparecidos por la última dictadura en Desilusiones ópticas, de Leo Núñez, sólo es visible como sombra luminosa de unos retazos de papel de diario que es preciso hacer volar con energía. Se trata de otro pacto: uno culposo, que involucra el cuerpo y la memoria de un vergonzoso gesto celebratorio.

La precisión conceptual, el mensaje político y el tono trágico de la obra de Núñez contrasta con el juguetón vitalismo de Jardín florido (2014), escultura cinética reactiva de Alejandra Ferruccio que imita una mezcla maquínica entre formas y comportamientos de órganos sexuales humanos y los de sus equivalentes vegetales. Es una obra sensible, que reacciona ante nuestra proximidad, lo mismo que las instalaciones sonoras de Giussepina Vignola, Marlin Velasco, Paula Guersenzvaig y Jaime Rodríguez.

Domina la muestra el inquietante ambiente del laboratorio del alquimista. Cerca del espíritu de Joseph Beuys, Guadalupe Chávez obtiene mensajes telegráficos en código Morse de una Sanseveria, planta ritual en ciertas tradiciones mágicas afroamericanas. Como surgido de un cuento de ciencia ficción de Bioy Casares, el autómata de pelos creado por Sebastián Pasquel une eléctricamente las imágenes de una madre y su hijo. Myriam Beutelspacher inventó una máquina lumínico sonora retrofuturista que varía la intensidad de siete cantos armónicos y mantras primitivos. Fabricio Mouzo transmuta el código de un software generativo en la visión de un humo espectral, y Gabriela Munguía transforma robóticamente una gota de agua del Paraná en una lente microscópica que permite ver la vida que bulle en su interior. En la veta de Víctor Grippo, Ana Laura Cantera explora colectivamente la bioconstrucción energéticamente sustentable.

Adscripta a la Sede Centro Cultural Borges (Viamonte 525, tercer piso, Capital Federal), la maestría se organiza en cuatro cuatrimestres. Los maestrandos "son creadores de discursos electrónicos y de sus propias herramientas", define Yeregui.