El cine de terror oriental se volvió una cita casi acostumbrada, tanto desde las salas comerciales como desde la pantalla televisiva. El género nos remite, para nombrar algunos títulos, a la trilogía The Ring, a la notable Agua turbia (todas dirigidas por Hideo Nakata), a los films que componen El grito, de Takashi Shimizu, o a la admirable Audition, de Takashi Miike.

En La premonición asistimos a los esfuerzos desesperados de un padre por superar la muerte de su pequeña niña, y por mantener la cordura ante lo que creyó ver: un recorte periodístico en donde se indica, proféticamente, la defunción de su hija. Todo esto mientras, desde una cabina telefónica en medio de la ruta, observa incrédulo a su automóvil, en el que su esposa trata infructuosamente de destrabar el cinturón de seguridad que tiene cautiva a la pequeña.

Lejos de un procedimiento banal, en La premonición la vuelta incansable sobre el accidente y la muerte constituye un nudo argumental y emocional. El padre vive, una y otra vez, la escena que lo ha llevado al martirio. Que logre o no liberar a su hija, no es algo tan importante como el objetivo, mucho más veraz, de darse un poco de paz a sí mismo y de poder liberarse, justamente, del recuerdo de lo ocurrido. Desde allí es que lo premonitorio, como mirada futura, adquiere el sentido más apropiado.