Lunes, 21 de agosto de 2006 | Hoy
Por Sonia Catela
Por casualidad, tío Lucho se me cruzó en la esquina de Corrientes y Mitre tras cinco años de distanciamiento, "ah, vos, Leila", decidió no desconocer el encontronazo como era de esperar, y me visibilizó, cinco años ya desde la muerte de Aldo, "qué sorpresa, tío" y el tío se detiene, en la correntada de gente, repitiendo, "ah, vos Leila" ¿quitándose? el hueso que se le atragantó desde que Aldo y yo nacimos primos y nos enamoramos atacando su tabú de sangre, "entremos a La Ideal, tío, tomemos un café, charlemos" la confitería conserva los mismos espejos con manchas negras donde Aldo podría reflejarse ahora, si éste fuera un miércoles del 99, Aldo tomando mis guantes y poniéndoselos porque le gustaba calzarse mis prendas, "¿con crema y canela, tío?", tío Lucho se frota la piel veteada, manchas de leopardo viejo, se acomoda la bufanda que solía alardear su procedencia de una vicuña norteña, y acepta el café; por los 90 viajaban mucho al norte el tío Lucho y la tía Marina, a Cafayate, a Tafí, Aldo quedaba en la casa, único remanente laboral y aprovechábamos las habitaciones de techos altos para refocilarnos a destajo, sexo libre, pero nunca supusimos, tío, que. "Primos, criados como hermanos, vos y Aldo, por qué nos pagan con esta amargura"; un repudio implícito nos silenciaba los domingos cuando la familia se amontonaba en el comedor a mantener hábitos inmortales, repartir ravioles caseros, y dirigirnos gestos de apartheid; al mozo se le cae una cucharita cuando sirve los cafés "alegría de volver a verla, señorita", cómo olvidarse de nosotros, parroquianos de tiempo completo, Aldo reflejándose en los espejos, sus lozanos cabellos oscuros rozando mi pañuelo de seda desplegado en su garganta, sus largos cabellos atados con mi colita de goma o algún broche que alzaba de mi caja de bijouterie, "los viejos se fueron, vení esta noche, aprovechemos", "voy" diríamos, él contemplándose en el espejo si hoy fuera un jueves del 99, antes de que se le declararan el tumor, los padecimientos. "Sin azúcar", aparta los terrones tío Lucho, nunca digirieron que "Leila lo enrede en sus faldas, la hija carnal de mi carnal hermana" mal visto el romance en una familia con pretensiones de cierto nivel de tolerancia hasta para lo intolerable, pero nunca supusimos, tío. Correteábamos por la casa vacía durante esos viajes, el tío Lucho y la tía Marina escribiendo postales desde las hosterías del automóvil Club "querido hijo, llegamos a Cachi, ambos levemente apunados, un buen cognac frente a la chimenea nos curó al rato" leíamos la postal abrazados en la cama de los ausentes, una cama con dosel por la manía Luis XVIII de tía Marina de obedecer la estética de Hollywood como mandamiento de buen gusto, y la mano de Aldo buscaba mi corpiño y lo sacaba para previsiblemente probárselo "¿cómo me queda?", "vacío, payaso", "no como vos" manoteaba de palabra y de hecho; revolvíamos cajones en búsqueda de secretos pero jamás imaginamos, tío Lucho, jamás, "¿tu trabajo, bien, Lelia?", "me ascendieron; comete un bomboncito, tío, probá éste de tiramisú" Aldo multiplicado en los ovales espejos de La Ideal, "sos narcisista, primo", sacándome la lengua y observando el gesto como se observó el lenguaje de la enfermedad en su cuerpo cuando la enfermedad comenzó a hablar por él, a ahogar su voz, aplanándosela hasta hacerla una línea discontinua, en penosa marcha atrás, buscábamos cosas indecentes en los cajones de tu casa, tío, cajitas chatas con sus utensilios de goma, frasquitos de vaselina para usos conyugales, cartas pero nunca supusimos ese hallazgo, la enfermedad de Aldo nos quitaba el piso, ya no había hacia dónde mirar, nos quedaba Aldo con mi boina sobre su raleada cabeza, fingiendo no hallarse en las imágenes de vencimiento a plazo fijo que fechaban los espejos de La Ideal, encorvados, casi mudos, con miedo; nunca supusimos que encontrarían esas fotos, tío Lucho; me lo contó tiempo después mamá, tan ofendida. Y por las fotos me buscaste hoy sin casualidad alguna ¿verdad, tío? para preguntarme eso te tomaste cinco años, te llevó cinco años armarlo en palabras, juntar coraje, cinco años tratando de sepultar las fotografías bajo el féretro de Aldo sin poder convertirlas en diálogo o preguntas, "pero Aldo..." empezás, dale, seguí, tío, las fotos equívocas de Aldo "esperá que te inmortalizo, Aldo" Aldo ataviado con mi lencería íntima, Aldo con capelinas de su madre, sus chales de gasa, un velo del que ignorábamos su pertenencia al ajuar nupcial materno, Aldo ambiguo, Aldo pederasta, "¿estoy lindo? "bárbaro", y esas imágenes de un juego se convirtieron en el malentendido que encontraste en el cuarto del muerto cuando vos, tío comenzaste a buscar algo que se te hubiera perdido de tu hijo, a meter mano en sus intimidades, pero nunca supusimos, y decís: "vos y Aldo ¿hasta dónde llegaron? ¿copularon...?" y lo decís tan mal, tío Lucho, porque no se trata de cerciorarnos de cuán macho engendraste a Aldo, sino de que podamos soltar que él y yo nos quisimos, primos, nacidos de úteros mellizos, casi hermanos pero no hermanos, y lo único que te desvela es si Aldo era argentino y machito como impone su DNI, y no por desquite te digo "nunca me tocó un pelo, te lo juro" sabiendo que te condeno a la verdad de las fotos, a la mentira de las fotos, "porque fuiste vos la que no quiso entregarse, Leila, por virtud, ¿no es así?", desenterrás a Aldo para examinarle los genitales, para eso tío Lucho, para tranquilizarte con que cada cosa ocupe su lugar, según tus casilleros numerados y me parece apropiado contestar: "Aldo se mantuvo en un amor platónico, rechazando toda insinuación... sí, aunque yo me mostré dispuesta. A entregarme", "qué extraño ¿no?", "eso me pareció a mí", y mientras vos, tío Lucho, arrastrás tu vergÜenza por el escándalo de las fotos de Aldo o la duda de esas fotos o las de tu conciencia, yo abrocho un "me respetó hasta el final" que te amarre a tu angustia, reflejados vos y yo, tío, en los espejos de La Ideal como se reflejaría Aldo soltándose la cola de largos cabellos negros, apretándome la mano si ésta fuera una tarde del 99, aún amándonos, aún desatados y jugando cuando su enfermedad no había comenzado a hablar por él para remolcarlo hacia ningún lugar.
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