CULTURA / ESPECTáCULOS › ALGUNAS ALTERACIONES EN LA NATURALEZA DE LAS COSAS
El sábado a las 19, en el auditorio de Sarmiento 763, tendrá lugar la presentación rosarina de Algunas alteraciones en la naturaleza de las cosas, la primera novela de Irma Elena Marc. Publicada este año por Baltasara Editora, será presentada por Nano Vannay, Liliana Ruiz y la autora. Irma Elena Marc nació en 1951 en Rosario, donde estudió Letras. Vive en Corral de Bustos, Córdoba.
Algunas alteraciones en la naturaleza de las cosas podría haberse llamado "El amor y el espanto", por aquel verso tan citado de Borges ("No nos une el amor sino el espanto") que recorre como un espectro el cuento "Esa mujer", de Rodolfo Walsh, y que también aquí se lee en repetida filigrana. Al fin el epígrafe no es de Borges sino de Walsh. En una dimensión paralela, como las que explora la autora en sus pasajes de fantasía fabulosa, este libro podría adoptar sin contradicciones un título borgeano, pero en esa dimensión un libro como este no hubiera sido necesario. Una novela sobre los espectros de la última dictadura no podía permitirse la incorrección política.
El libro mismo se trata de nombres mal puestos. Cuando la prosa ceja en sus esfuerzos por nombrar lo innombrable, le cede la palabra a la poesía. En sus tramos líricos, la novela reescribe parte de los dos libros de poesía de Marc: El gigante (2007) y Los ojos (2013), ambos publicados en Buenos Aires por la editorial (¡Borges de nuevo!) Ruinas Circulares. Como en toda buena novela de horror que también sea de amor (¿acaso sería real lo segundo sin lo primero?), la zona crepuscular del relato abre portales entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, quienes revelarán secretos a la protagonista.
Una palabra, en insistentes bastardillas, simboliza el mal: "moscas". Se trata de uno entre muchos guiños literarios, pero el recurso es tan forzado como el final feliz que se rinde a la idea, de un ingenuo optimismo, de que una prístina "naturaleza" de las víctimas del terrorismo de Estado pueda ser recobrada después del trauma. Y su contraparte: la de que hasta que ese exorcismo irresponsable suceda se vive todo el tiempo recordando el terror.
Por lo demás, entendido como género literario, el terror de la novela es cautivante, con personajes principales creíbles y expuestos a un realismo mágico que abre líneas de fuga. La despareja pareja de amigos entre Cora y El Sopita da un tono de comedia agridulce a un relato que narra mil desgarros, donde el desamor, la venganza, la tortura, el exilio y hasta el dolor de cabeza y la humedad van sumando atrocidades. La lucha de clases no es acá un telón de fondo, es constitutiva de los vínculos mismos.
Cora, la heroína, se enfrenta en su madurez a los literales fantasmas de una vida de derrotas, triunfando sin más ases que su memoria ni más aliados que el único amigo vivo que le queda y toda una hueste de "aparecidos". La autora escribe con todas sus armas; parece Stephen King revisado por Sylvia Plath. Y así sí, podemos creerle que los muertos hablen, pero no que Cora vuelva a ser la misma de antes.
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