CULTURA / ESPECTáCULOS › FOTORREPORTAJE
› Por Mario Laus
Mi primer contacto con Oscar Piumatti fue en una chacra cerca de Arrufó, en el norte de la provincia. El venía de un tremendísimo golpe eléctrico que le proporcionó la vida, esos que hacen que no seas nunca más el mismo.
Aquel día, sin conocernos, pasó el primer animal por un brete y despacio, comenzó a tocarlo. Sus manos iban y venían por el lomo y el anca, como una suerte de Padre Ignacio que sana por imposición. El ritual extenso y siempre pausado, fue fundamentalmente horizontal: El hombre no es superior a la bestia, sino que la bestia del hombre iguala lo mamífero del animal. Ya no hay cultura con preeminencia sobre la naturaleza. Imaginen que la situación es muy linda pero primero hay que convencer al caballo, siempre dispuesto a meter una patada al menor gesto de brusquedad o peligro.
El proceso resulta entonces como un cortejo, donde muy de a poco el amansador y el candidato a amansado se fueron enamorando. Se trata de ponerles las riendas al bicho sin ninguna clase de golpes, castigos o espuelas, porque sino sería doma, y eso es otra cosa. Se trata de ser hermanos en la aventura y la desventura.
Nada falso o hipócrita aceptó el juego. Con caricias, versos y riendas, las cuerdas enredaron primero mucho, luego poquito y -finalmente-, nada. Muchas horas de trabajo, a veces días, para llegar a ese momento tan increíble donde jinete y jineteado se hacen uno, sin ninguna consideración al título de propiedad del cuadrúpedo.
Es que los caballos tienen códigos impresionantes, como sus olfatos, oídos y vista, y nosotros los vamos perdiendo con indiferencia entre escombros de informática, pantallas plasma, cemento de vidrio y calientes asfaltos. Todo lo contrario al instinto del animal, que predice certero el clima sin ninguna estación meteorológica cerca y a veces, cuando corre, vuela.
Con ánimo de aprender y compartir, oliendo, mirando y sintiendo, pude llegar en nuestros encuentros a envidiar un poco el mundo perfecto, sin injusticias ni maldad insolente, de nuestros hermanos animales. Quedan aquí en testimonio un manojo de fotos, como salva de escopetas descargadas, ya que no hay armas en la amansada, a lo sumo, un poco de alfalfa y azúcar.
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