Domingo, 6 de septiembre de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LA FUNCIóN SE REALIZARá HOY A LAS 19, EN EL PARQUE SCALABRINI ORTIZ
El Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales recrea hoy la experiencia del autocine. La película elegida es brasilera, premiada, notable, y narra la historia de un autocine que podría cerrar, que podría sobrevivir.
Por Leandro Arteaga
El último autocine: 8 puntos
(O ultimo cine drive-in. Brasil, 2014)
Dirección: Iberê Carvalho.
Guión: Iberê Carvalho e Zé Pedro Gollo.
Fotografía: André Carvalheira.
Música: Bruno Verê, Zé Pedro Gollo, Sascha Kratzer.
Montaje: J. Procópio.
Reparto: Breno Nina, Othon Bastos, Rita Assemany, Chico Sant'anna, Fernanda Rocha, André Deca, Rosanna Viegas, Vinícius Ferreira.
Duración: 100 minutos.
La de hoy será una historia de amor, al cine y al auto, a la vez y todo junto. Así como dice llamarse el protagonista de la película en cuestión: Marlombrando. Autocine y Marlonbrando. Hay palabras que suenan mejor unidas, como una sola.
En el marco del Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales Rosario, hoy a las 19, el Parque Scalabrini Ortiz recibirá pantalla gigante para todos los automóviles predispuestos a disfrutar de aquello que alguna vez algunos conocieron. Como si se tratase de un dinosaurio extinto, devuelto a la vida para un rugido más. Cine, autos, noche, estrellas. Combinación que nadie debería evitar. Porque la época de esos monstruos en 70 mm se terminó. O no.
En otras palabras, es la misma película a proyectarse esta tarde-noche la que se ocupará de demostrar lo contrario. En El último autocine, ópera prima de Iberê Carvalho, el realizador eligió situar su argumento en el verdadero último cine de su clase de todo Brasil. Localizado en Brasilia, el Cine Drive-in de la ficción realmente existe, y adquirió una sobrevida a partir de este rodaje. Fue la misma gente, movilizada por las noticias de este film, y ante la posibilidad del cierre y destrucción de un ámbito tantas veces compartido, la que intervino en ayuda de su preservación.
El último autocine ha sido premiada en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este y en el Festival Internacional de Cine Las Américas. Hay, evidentemente, una fibra nostálgica que le acompaña. Pero también la confianza de saber que nada hay como el cine, de que nada de sentido tienen las peroratas del mercado, y de que mucho de recuerdo histórico es el que preservan las viejas salas y los espacios comunitarios.
De esta manera, el film de Carvalho construye un retrato urgente y social, con el punto de partida en el desespero en el que cae su protagonista a partir de la enfermedad terminal de su madre (Rita Assemany). De este modo, el reencuentro de Marlonbrando (Breno Nina) con su padre lo será también con ese inmenso garaje casi deshabitado, donde fantasmas de otro tiempo todavía dicen al oído, de manera suficiente, como para que Marlonbrando lleve adelante la tarea más delirante: devolver el cine a su gloria, y regalar a la madre una última función.
Para llegar a esa instancia, hay distintas pruebas que sortear. Entre ellas, la realidad que significan los complejos multisalas, el pop-corn y el 3D. Cuando Almeida (Othon Bastos), papá de Marlonbrando, se adentra en este laberinto, lo hace por el amor hacia lo que ha sido, por la tozudez sobre lo que no se debe perder, para buscar solidaridad en ese amigo que es también empresario (quien, si bien a tono con los "nuevos tiempos", no duda en construir para sí una sala única, donde disfrutar sin la compañía molesta de los "nuevos espectadores"). Mientras, Almeida devuelve con sorna los lentes 3D a un espectador ensimismado en sus baldes de pororó.
Además, hay una relación tirante entre padre e hijo que no se ha resuelto. El autocine de pocos autos sobrevive como un recuerdo lejano, al que Almeida se aferra, del que Marlonbrando se ha alejado. Así como escenario donde alguna vez fueran familia, donde padre y madre supieron convivir. Retrato de familia que lo es también en función de quienes allí viven y dedican el tiempo de sus vidas cortando boletos, acomodando coches-espectadores, sirviendo de comer, proyectando películas. En este sentido, una panza de operadora-embarazada protagoniza de manera evidente el concepto del después, del porvenir: del cine, de sus espectadores, de sus trabajadores.
El cartel de Cinema Paradiso, de Tornatore, destaca en uno de los tramos de la película. Hay muchos más, pero éste es puntual porque responde, desde la cinefilia, a ese estertor después del cual las viejas salas sucumbieron. Pero El último autocine se sitúa un paso más allá, cercano al espíritu de Splendor, de Scola, y de la allí citada Qué bello es vivir, de Capra. El final feliz, de esta manera, puede ser un sueño compartido y un acto de fe. La película lo expone como deseo, la continuidad real del autocine de Brasilia lo señala como un hecho.
La función de hoy, en todo caso, tendrá que ver con rescatar el espíritu colectivo en el que el cine siempre encontró reparo. Preservar esa experiencia es tarea ética.
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