Domingo, 6 de septiembre de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › NICOLA COSTANTINO: LA ARTEFACTA
Por Beatriz Vignoli
La imagen del embalsamamiento sintetiza la compleja obra de la escultora rosarina Nicola Costantino (foto), en un flamante documental que recorre sus variadas manipulaciones de diversos tipos de piel para vestir un vacío de cuerpo que acota la forma exacta de una ausencia. Nicola Costantino: La artefacta (2015), de la realizadora italiana Natalie Cristiani (foto), abrió el viernes el FLCV con un film elegante, que disecciona una obra vinculada a los monstruos del cine desde su investigación inicial sobre la silicona industrial a mediados de los años 80.
Los primeros cuatro minutos y medio son una lección de intriga; la atmósfera es oscura y expresionista, de gabinete del doctor Caligari. El sentido del comienzo se develará al fin de esta película de 75 minutos, que empezó a hacerse por el final: un corto de archivo, un gore verité casero grabado con tres camaritas VHS en la tarde del último día del siglo pasado y que Nicola escondió durante 15 años. Locación: el campo de unos amigos suyos que se dedicaban a la bioingeniería y que la proveyeron de terneros y potrillos nonatos para calcar sus pieles. Si hay un texto que no figurará en esta película es ese que dice que no se lastimaron animales. Pero como en todo buen film de cine arte de terror (subgénero al que le hace guiños), la mostración del horror se amenaza todo el tiempo, aunque la amenaza (como los goles argentinos de Messi) se cumple recién en los últimos minutos, dejando cierto margen para una vista panorámica edificante.
El documental monta entre sí varios cortos y registros en video, articulándolos cinematográficamente gracias a la inclusión de tomas nuevas, y poéticamente mediante la reiteración oral o visual de ciertos motivos: el embalsamamiento de cadáveres, la sutura, la costura, la "cocina" de una obra singular, inspirada en fábricas familiares; la de jabón de un abuelo, la de ropa de la madre. Una madre italiana que quiso bautizar Nicoletta a su hija, pero en el DNI quedó Silvana. "Todos en mi casa me decían Nicola. Y en la Facultad de Bellas Artes (de la UNR), yo era Silvana. Cuando me mudé a Buenos Aires, como nadie me conocía, decidí dejar de tener dos nombres", contó la artista en una entrevista a Rosario/12 el jueves pasado.
El film no explica el origen de ese nombre tan parecido al de su padre, el médico Nicolás Costantino (1923-2014). Dedicado a su memoria, organiza un cadencioso dispositivo rítmico que desfila al son de las frases rotundas desgranadas por Nicola en off, con una voz de serenidad tan impasible como su rostro de madonna del Quattrocento, donde por instantes aflora una sonrisa dulce y fugaz. El paralelo con Leonardo Da Vinci no se termina ahí. En una escena de laboratorio de científico loco propia de algún film de David Cronenberg (pero no sin un toque porteño de comedia) se la ve con un asistente fabricando la zarpa de un depredador, tratando de reproducir su mecanismo. "Ella trabaja siempre rodeada de gente, y siempre hay alguien filmando. Por eso tiene un archivo muy bueno. Están documentados los procesos de 20 fotos (con Gabriel Valansi) pero para la secuencia inicial de la película se tomó la decisión de reconstruir la realización como ficción", explicó en la entrevista Natalie Cristiani, la directora.
Y Nicola trabaja siempre. Se la ve hilvanar carne, como poniendo en escena esa perla del surrealismo de su infancia, cuando vio cómo su padre cosía a una mujer dormida. Las carnes que cose ella son las de unos pollos rellenos; la magia de la edición nos hace creer que serán comidos en la fina cena donde un texto de Gustavo Nielsen marca el centro temporal y el clímax de autoconciencia estética de la película.
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