Miércoles, 13 de enero de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › HISTORIA ORAL DE LA CERVEZA, RELATOS INTIMISTAS DE MARIANO BITAR
Una crónica microscópica en la que el autor compone un retrato coloquial y fragmentario de las sociabilidades de las que participa en la sociable ciudad de Santa Fe, donde nació y vive. Poeta de lo mínimo que hizo aquí cine en forma de libro
Por Beatriz Vignoli
El pasado mayo, Francisco Bitar inauguró la edición 2015 del Festival de Literatura de Santa Fe (Felisa) leyendo un texto, En defensa de lo pequeño, donde rinde homenaje a Chejov. Chejov, claro, es el maestro de los autores realistas yanquis que casi ningún crítico ha dejado de traer a colación al reseñar el sólido corpus de narrativa y poesía que Bitar ha producido en pocos años. Y al que acaba de sumarse, presentado en esa misma ciudad a fines del año pasado con refrigerio ad hoc, un entrañable clásico instantáneo: Historia oral de la cerveza, publicado por la Editorial Municipal de Rosario en su Colección Naranja de crónicas.
"Un libro que amo, el libro de la ciudad y de mis amigos, dos cosas que capaz sean lo mismo", apuntó el autor al margen de la noticia. Ya desde el acertado título, Historia oral de la cerveza compone un retrato coloquial y fragmentario de las sociabilidades de las que participa su autor en la sociable ciudad de Santa Fe, donde nació y vive (y bebe). Los fragmentos se organizan en torno a dos centros: uno es una posible causa del fraterno ánimo local, la fábrica de cerveza Santa Fe; otro, el viejo Puente Colgante, un triste clásico de los suicidas locales.
La crónica microscópica de Bitar es tan capaz como su poesía (o más) de adentrarse en lugares tan comunes de la intimidad, que cualquier lector actual se siente aludido. Y aquí el efecto Bitar se sitúa en lugares concretos, específicamente locales, como el Comedor del Club Italiano con sus vitrinas de trofeos. El sutil humor con el que subraya recortes de prensa de otras épocas o memorias de viajeros del siglo diecinueve va de la mano con su oído atento para anotar frases de una conversación. "Otra vez escuchando las grabaciones tomadas desde el celular y bajadas a la computadora", apunta, develando un método casi de periodismo gonzo.
Confirmó el autor a Rosario/12: "Así fue, tal cual, tengo 60 archivos de voz en la compu tomados desde el celu. Serían como 'archivoz'". Las fotos que ilustran esta nota fueron tomadas por Bitar durante un asado (el libro incluye fotografías por otros autores locales). A los textos históricos los halló Bitar "en la hemeroteca que puso a disposición el gobierno de la provincia", http://www.santafe.gov.ar/hemerotecadigital/
El montaje resultante tiene la dinámica ágil del hip hop: esquirlas casi bailables, tramos heterogéneos y voces familiares; "la disposición de los elementos como principio constructivo", el arte de la edición de un documental intimista. Junto a ciertas palabras puestas como marcas paratextuales ("Play"; "Stop"), las fotos que lo ilustran refuerzan el concepto de obra audiovisual. Arte de la edición: cine en forma de libro.
Así empieza: "PLAY. / Escuchá. / La canción de la cerveza entrando en el vaso. / La danza de los gatos que caen mal parados". Sigue un coloquio muy dinámico entre tres amigos, que al principio tienen nombres y luego coherentes epítetos: El que Cuenta, El que Piensa y El Jodón. Y hay un estribillo que se repite hasta el fin: "¡Pobrecitos los borrachos!".
Rescatando un detalle de memoria colectiva, contó Bitar ayer "la historia de Zulma Aíta, que gritaba 'Pobrecitos los borrachos'. Es una historia que cuenta mi vieja, de esas que quedan como un estribillo familiar. Zulma era una roommate de mi vieja, cuando ambas se vinieron a estudiar a Santa Fe; mi vieja desde Concordia y Zulma desde 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Vos te levantás con resaca en mi casa y mi vieja todavía te recibe con un café y te dice 'Pobrecitos los borrachos'".
El libro despliega una humilde etiqueta, elaborada por sus propios consumidores, del consumo de cerveza. Los amigos indican dónde guardar los porrones, dónde apoyarlos y dónde tomarlos; o cuándo, a qué hora del día. Como historiador oral, Bitar rescata palabras de todas las épocas. De la crónica de un inglés desempolva el olvidado verbo "calandrear" ("brincar y otras extravagancias"), y cita de otro viajero "el pasatiempo favorito". Este "consiste en dirigirse todas las tardes al río donde, con gran contento, se sumergen en el agua". La parquedad del relato citado lo hace cómico; es un efecto que Bitar aplica deliberada y reiteradamente en su obra, a veces para lograr un austero patetismo. El pasaje citado es de un tal Mc Cann, cronista viajero que ignora el término "siesta" y cuestiona "esta costumbre de pasar buena parte del día durmiendo".
El metadiscurso es importante: articula una suerte de borde duro, gancho o paródico diccionario de donde se pueden colgar (como la campera en la silla del que está solo) breves historias. Al lector se le informa con precisión que "Liso, le dicen en Santa Fe a la media pinta, tirada en vasos sin tallar"; "Porrón, le dicen en Santa Fe a la cerveza en botella de litro" y (por extensión) "Porronear, le dicen en Santa Fe al acto de tomar una cerveza, cualquiera sea su envase". Y el argot íntimo: "Batir una marginal, le dicen los amigos a la mezcla de cerveza y despecho".
Con la estructura musical de una fuga, entremezcladas con la parodia del artículo de divulgación, se trenzan varias historias chejovianas marca Bitar; esas donde, como en sus cuentos del libro Acá había un río (2015), queda el perro familiar (nada casualmente llamado Broche) en medio de las idas y venidas de una pareja divorciada y de la caída de uno de los dos (esta vez ella). El devaneo se detiene cuando da en una imagen, un apunte urbano que dice todo con casi nada: "Los porrones en el banco y los hombres parados". O en un error que parece un lapsus significativo de la máquina: "Escribo porronear y el Word automáticamente corrige 'borronear'".
Otra línea melódica de la composición es el paso de la juventud a la adultez. La nostalgia por una juventud que va quedando atrás se plasma en una colección de adagios que van surgiendo al vuelo del teclado: "Que los borrachos no son nada sin sus promesas"; "una conversación de borrachos es más proclive a brillar que ninguna otra". Contra lo que sugiere su tema recurrente, Historia oral de la cerveza no se trata del alcoholismo sino de dos coordenadas: una geográfica y social, la ciudad de Santa Fe; otra biográfica y epocal, los treinta años, contados en primera persona del plural. Los "borrachos" de este caleidoscopio de relatos son los del transcurrir festivo, los del asado en la quinta y el fin de semana. Y para un poeta de lo mínimo como Bitar, este libro "menor" es el mejor.
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