Lunes, 1 de febrero de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EN LA MENTE DEL ASESINO, DE AFONSO POYART, LEJOS DEL BUEN CINE.
Por Leandro Arteaga
Se la mire desde donde se quiera, En la mente del asesino es uno de esos adefesios cuya atracción podría radicar en su carácter de esperpento. Por ejemplo: su guión parte del tratamiento de una insólita secuela de Pecados capitales. Puesto que involucra también un serial killer, pero de huellas inhallables, la necesidad hace recalar en el retirado John Clancy, interpretado por Anthony Hopkins. Ahora sí, Pecados capitales y El silencio de los inocentes, con Hopkins en rol similar pero situado en el lado policial.
A la dupla "mente buena‑mente mala" la secunda o acompaña la formada por los agentes que interpretan Jeffrey Dean Morgan y Abbie Cornish. La pareja con menos carisma del planeta. Y eso que hay películas. El es quien recurre al antiguo camarada ‑que vive un autoexilio doloroso, por la muerte de su hija‑, ella es el cerebrito que no cree en habilidades inexplicables. Porque Clancy, acá la cuestión, es capaz de leer la escena del crimen así como a las personas: basta que alguien le toque para que él sepa de quién se trata, y qué podría sucederle.
El disparate que es Clancy ‑cuyas acciones comienzan a sumar habilidades ridículas‑ desde ya que es pasible de referencias mejores. Por eso, más vale el Frank Black de Lance Henriksen en la serie Millennium. Pero de tal antihéroe ejemplar nada hay en lo compuesto por Hopkins, cuya presencia ante la cámara, siempre sólida, sólo opaca más las de Cornish y Dean Morgan, tan caricaturescos, tan burdos. En todo caso, la propuesta del director brasileño Afonso Poyart se asemeja, por momentos, a la bobería de El vidente, con Nicolas Cage en plan fastforward, con ínfulas de cine basado en Philip Dick, nada más lejos.
Que la némesis de Clancy sea interpretada por Colin Farrell es como la guinda absurda del pastel. Atrapado por gestos de preocupación existencial ‑si es que algo semejante sea posible‑, Farrell no puede contener sus ganas de matar porque es lo que debe. Parece que Clancy lo entiende porque, así las cosas, el asesino lo entiende a él. Un yin‑yang pedestre, que encuentra su momento cúlmine en la articulación horaria final, de cronología precisa, que ensaya la mente asesina, capaz de hacer comulgar tiros, trenes, videos.
De todos modos, si la cosa se pone turbia, Clancy/Hopkins es capaz de mirar hacia delante y elegir el mejor final. Que el argumento guarde cierta tragedia no hace mella al asunto. Esta capacidad de rebobinar también la practicó el alemán Michael Haneke, en Fanny Games. Pero eso es cine.
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